“Hay que llevar las cosas cada vez más lejos. La moda tiene que expresar individualidad”
Jonathan Anderson, director creativo de Loewe, encabeza la apuesta por la personalidad de los desfiles de hombre de París. Repasamos los mejores
El domingo concluyó la semana de la moda de hombre de París, laboratorio de lo que nos pondremos el próximo otoño, y volvió a surgir ese dilema inmortal que resucita tras cada fashion week: ¿Se debe la ropa a la realidad o tiene que entregarse a la experimentación? “Los hombres nunca han abrazado la moda tanto como lo están haciendo ahora. Necesitamos vender, claro, pero también llevar las cosas cada vez más lejos. Si no, nada tiene sentido. La moda tiene que seguir siendo la expresión de una individualidad”, afirmaba el pasado sábado el norirlandés Jonathan Anderson, director creativo de Loewe desde hace cinco años.
Su primer desfile masculino para la casa de raíz española estaba inspirado en una obra de Franz Erhard Walther, creador conceptual que descubrió gracias a la retrospectiva que el Reina Sofía le dedicó en 2017. “La compramos hace un año para la Fundación Loewe y la instalamos en nuestra sede. A base de observarla, decidí usarla”. Esa obra textil, llena de pliegues misteriosos, colocada en medio de la pasarela instalada en la sede de la Unesco, terminó confiriendo a sus diseños una mezcla de asimetría y rigidez.
Destacó un cruce indescriptible entre pantalón y bota, que parecía inspirado en las prendas impermeables de los pescadores o en las bombachas de gaucho. Dibujaba una silueta ondulante –o “con una bonita cinética”, en palabras del diseñador– que completó con prendas de punto oversize, túnicas de patchwork y trajes vaporosos. Fue su manera de recordar aquella socorrida máxima lampedusiana: cambiarlo todo para que nada cambie.
Rochas, Jacquemus, Hermès
Esta ha sido una pasarela llena de primeras veces. Rochas presentó su primera colección masculina, diseñada por el italiano Federico Curradi, en un estudio de artista en una bocacalle de Le Marais. La ropa, presentada en pequeños cuadros vivientes (uno de los modelos, vestido con traje negro, te recibía subido a una gran mesa llena de flores y libros viejos), era tan delicada como le corresponde a esta firma tradicionalmente femenina. Inspirado por artistas como Modigliani, Brancusi y su “olvidadiza” elegancia, Curradi sirvió una versión de clásicos del guardarropa masculino hechos en fibras naturales, colores empolvados y con guiños a la ropa de trabajo. Este diseñador se empieza a hacer conocido por su romántico desaliño. Él lo admite: “Hay una meditada dulzura en el hombre Rochas”.
También Jacquemus hizo desfilar su colección masculina por primera vez en París. La suya era una propuesta menos sutil, pero sus ponchos de marino, chaquetas de trabajo y pantalones de carpintero deberían triunfar el octubre que viene. Y Hermès abrió al público de la moda el Mobilier National: un archivo de muebles de todas las épocas que, colocados en estanterías industriales en las paredes de una gigantesca sala art déco, sirvieron de trasfondo para una colección elegante, discretamente deportiva, en una controlada paleta de azules, cremas, rojo acharolado y verde absenta. Un plumífero crema con forro de plata, un traje de raya diplomática con botones de moneda de plata o una chaqueta de aviador con cuello de borrego son, desde ya, clásicos instantáneos.
Dior, Celine
Al frente de la línea masculina de Dior, Kim Jones presentó una tercera colección más nítida y rotunda que en las dos entregas anteriores, donde ya esbozaba ideas como un regreso del tailoring o la apropiación de ciertos códigos femeninos. Los modelos eran siluetas escultóricas que desfilaban sin moverse encima de una cinta de aeropuerto de 76 metros de longitud.
En esta pasarela inerte y a la vez movediza, Jones volvió a inspirarse en el acervo femenino de esta firma, con la que Christian Dior revolucionó la moda a base de fantasía en 1947, y en la que John Galliano hizo lo propio medio siglo después. Había trajes al bies, reinterpretaciones del bolso Saddle y estampados felinos, abundantes drapeados y materiales tan delicados como la seda, el cachemir o el encaje. El diseñador los contrapuso a prendas más agresivas como arneses y chalecos antibalas, que se vestían combinados con seductores trajes en tonos apagados y prendas concebidas junto al artista Raymond Pettibon, figura contracultural conocida por sus portadas para bandas de rock como Sonic Youth o Black Flag.
La recobrada seducción del traje ha sido un tema durante todo el mes de colecciones (Londres, Milán y, por último, París). Igual que lo ha sido el triunfo del diseñador, y del producto, sobre los códigos de cada marca. Celine es una de las firmas que, de la mano de su director artístico, Hedi Slimane, mejor representan este nuevo régimen. El domingo por la noche, el diseñador francés presentó la primera colección masculina en la historia de la marca: una sólida evolución de la silueta con la que se ganó la gloria en los dosmiles a bordo de Dior Homme, y que ya anticipó hace seis meses en su primer desfile (mixto) para Celine. Las claves estaban en la silueta, rectangular, y en la sastrería: abrigos de cachemir, chaquetas de tweed y perfectos trajes cruzados. Todo ello trufado de guiños nuevaoleros (cazadoras abreviadas, corbatas estrechas, creepers, parcas mods, pantalones de cuero a lo Robert Mapplethorpe).
Es una apuesta abundante, variada y deseable, pero también retadora, para una firma con nula experiencia en el mercado de la moda masculina. El último órdago de uno de los creadores que más controversia generan por su manera unidireccional de entender la moda, pero uno de los poquísimos con la capacidad de influir en los armarios no solo de sus clientes, sino de todos los hombres.
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