Interpretaciones en busca de hechos
Todos necesitamos encontrar un sentido que nos dé una ilusión de entendimiento
Hemos llegado a ese curioso momento de la historia en el que las librerías cierran por falta de clientes y las mentes más sofisticadas se dedican a interpretar anuncios de jamón de York y cuchillas de afeitar. Construimos tramas que nos dan una sensación de propósito. A veces, el relato que tejemos es esperanzador: el movimiento feminista, la extensión de la democracia, el progreso. Otras es ominoso: el repliegue nacionalista, el choque de civilizaciones.
En ambos casos hay un optimismo enternecedor: bastante difícil es saber lo que pasa en nuestra propia vida como para interpretar correctamente la dirección de la historia. Pero el efecto es excitante: además, ahora podemos hacernos selfies: aquí estoy yo, la libertad guiando al pueblo. En realidad, nuestro papel casi siempre se parece más al de Fabrizio del Dongo en Waterloo: tenemos un gran despiste; hemos llegado un poco antes o después del momento decisivo; una gran batalla no puede ser este desorden sin épica. A veces, el relato principal de la época hace que no veamos otros hechos y tramas más determinantes. Otras veces damos un significado a cosas que quizá no lo tienen: como se decía de Mayo del 68, tenemos una interpretación en busca de un acontecimiento. El estallido nihilista de las banlieues en 2005 se leyó como una protesta por las dificultades de los inmigrantes de segunda generación. El estallido nihilista de los chalecos amarillos se ha leído como un castigo a la arrogancia de Macron, una demostración de la crisis de la capacidad de compra, el resultado de las tensiones entre la capital y la provincia: en el enfrentamiento de un movimiento sin líderes contra un presidente sin partido hay un batiburrillo antipolítico, que reclamaba simultáneamente tener más servicios y pagar menos impuestos, que ha pedido la derogación de leyes que ampliaban derechos sociales. Lo que vemos dice más de nosotros que del mundo: Lichtenberg señalaba que un libro es como un espejo; un mono no puede ver reflejado a un obispo; el espíritu hegeliano se encarna en lo que mi partido diga esta semana. Pero todos necesitamos encontrar un sentido que nos dé una ilusión de entendimiento y que suavice la impresión de lo que decía Auden que somos: perdidos en el bosque encantado, niños con miedo a la oscuridad que nunca fueron felices ni buenos. @gascondaniel
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.