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Lo que policías y militares pueden hacer por la salud global

Un estudio resalta que el sector sanitario y el de la seguridad deben coordinarse para salvar vidas y evitar perjudicar a las poblaciones más vulnerables

Miembros del ejército austríaco quitan nieve de un tejado en Werfenweng.
Miembros del ejército austríaco quitan nieve de un tejado en Werfenweng.Leonhard Foeger (REUTERS)
Pablo Linde
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Era 2003 y Tailandia estaba atravesando una terrible epidemia de VIH. Nicholas Thomson trabajaba por entonces sobre el terreno con organizaciones que estaban haciendo un minucioso trabajo focalizado en, probablemente, el colectivo más vulnerable a la enfermedad: los toxicómanos. Durante su labor allí vio cómo la policía, que podría haber sido un perfecto aliado para llegar a estas poblaciones y prevenir los contagios, se convirtió en uno de los mayores obstáculos para que su programa fuera un éxito. La persecución a los drogadictos y a los lugares donde podían inyectarse de forma segura, en su opinión, costó probablemente la vida a muchos de ellos.

Desde entonces, este investigador de la Escuela de Salud Global de la Universidad de Melbourne estuvo dándole vueltas a la necesidad de conseguir que las fuerzas de seguridad se convirtieran en actores que ayudasen a mejorar los problemas de salud que afectan a millones de personas en todo el mundo. De esas primeras reflexiones y de una investigación posterior sobre toda la (escasa) literatura publicada al respecto, acaba de publicar —junto a otros investigadores— en la revista The Lancet una serie especial que versa sobre seguridad y salud. El artículo es, entre otras cosas, un llamamiento a los organismos internacionales y a las autoridades nacionales para que trabajen en lo que los autores piensan que puede generar valiosos avances tanto en tiempos de paz, de conflictos o en catástrofes naturales.

"En demasiados lugares, las fuerzas de seguridad y el sector de la salud colisionan, con consecuencias fatales para las poblaciones atrapadas en el medio", explica Thomson, quien resalta que también hay “historias de éxito”. Un ejemplo claro y reciente es el del zika en Brasil. El Gobierno desplegó 220.000 soldados en los lugares donde se concentraban los focos de proliferación del mosquito transmisor de la enfermedad, tanto para actuar en zonas de aguas estancadas, visitando casa por casa y destruyendo los criaderos, como para repartir información y folletos entre la población.

Con 68 millones de refugiados en todo el mundo, el riesgo de pandemias es significativo, y estamos viendo que las enfermedades como la polio y el cólera vuelven a aparecer Louis Lillywhite, coautor del estudio

“Las fuerzas de seguridad cuentan con vastos recursos, poder, experiencia y la capacidad de actuar con rapidez. Todo esto debe ser empleado para mejorar la salud, no para socavarla. Necesitamos que los sectores de seguridad y salud hablen entre sí, entrenemos juntos y trabajemos juntos de manera sistemática”, añade Thomson.

Joshua Michaud, de la Fundación de la Familia Kaiser y coatuor del estudio, explica que hay varias lagunas en este terreno. Por un lado, de conocimiento: poco se ha estudiado sobre cómo pueden interactuar ejércitos y policías con organismos de salud para ayudar a la población; lo que se hace, pues, es más improvisado que metódico. Y, por otro, de estructuras: “No existen unas que conecten a estas fuerzas de seguridad con organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o la Alianza para la vacunación (GAVI) que permita actuaciones diligentes donde son necesarias”.

El investigador divide en tres los momentos en los cuales los cuerpos armados pueden tener un importante papel en la salud global. En tiempos de paz es, en su opinión, cuando se tienen que fomentar estas estructuras que coordinen a organismos de todos los sectores. “Durante los conflictos es más complicado, porque a menudo los militares y los sanitarios tienen objetivos diferentes”, matiza. Aun así, resalta que un buen entrenamiento y concienciación podría evitar brotes de enfermedades contagiosas que son muy frecuentes durante las contiendas, además de eliminar los ataques contra infraestructuras sanitarias. Por último, durante las catástrofes naturales están los ejemplos más obvios de cómo los cuerpos de seguridad se implican en la salud de la población. Pero esto, según el investigador, podría mejorar mucho si existiera una formación específica de cómo actuar, por ejemplo, durante unas inundaciones para evitar brotes de peste, o cómo trabajar en entornos donde existen epidemias de enfermedades contagiosas como el ébola.

Los campos de refugiados son otro ejemplo perfecto de cómo los sectores de la seguridad y la salud pueden cooperar. "Lo que hacemos en las regiones fronterizas y las zonas de conflicto es absolutamente crítico: con 68 millones de refugiados en todo el mundo, el riesgo pandemias es significativo, y estamos viendo que las enfermedades como la polio y el cólera vuelven a aparecer", explica Louis Lillywhite, antiguo cirujano y general del Ejército británico y también participante en esta serie de artículos de The Lancet.

Pero no hace falta irse a situaciones extremas, países devastados ni situaciones críticas. Los controles de alcohol que realiza la policía o la supervisión de las narcosalas en los pocos países del mundo donde existen, son para los autores pilares básicos que seguir desarrollando en esta cooperación entre fuerzas de seguridad y sector de la salud.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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