El Trineo de Viento llega a una base polar abandonada hace medio siglo
La expedición española llega a su ecuador con más de 1.100 kilómetros recorridos. Realizan con éxito dos pruebas relacionadas con viajes a Marte
La expedición Antártida Inexplorada del Trineo de Viento ha llegado ya a la base científica norteamericana Plateau Station, un lugar abandonado hace 50 años y que permanece congelado en el tiempo y el espacio desde entonces."Entrar y explorar ese lugar, totalmente enterrado bajo el hielo, ha sido toda una aventura. El aire estaba viciado, pero todo estaba ordenado como si alguien fuera a volver a ese lugar", relata desde allí el explorador Ramón Larramendi, responsable de la expedición Antártida Inexplorada 2018-2019, que realiza con su equipo a bordo del Trineo de Viento, movido únicamente por unas grandes cometas.
La llegada a Plateau Station es el primer hito geográfico, después de haber recorrido un total de 1.128 kilómetros desde su salida al hielo en 27 jornadas. El equipo, que envía cada día un diario de la aventura, está soportando temperaturas de más de 37ºC bajo cero, pero ha navegado a buen ritmo impulsado por los vientos catabáticos fríos, que se originan especialmente a primeras horas de una noche en la que nunca se va la luz del Sol.
La base científica fue construida entre 1965 y 1966 para investigaciones geológicas y meteorológicas, pero tan solo estuvo abierta tres años porque tuvo muchos problemas de suministro energético y era costoso llegar hasta ella. La última expedición que pasó por allí fue una misión alemana en 2017, y la anterior fue una travesía noruego-norteamericana en 2007. Larramendi y su equipo llegaron el pasado martes, tras una épica etapa de 237 kilómetros en 12 horas en las que no pararon. "Necesitábamos una etapa así para avanzar, después de unos días en los que hemos avanzado pero a ritmo lento. Se lo habíamos pedido a los Reyes Magos y nos hicieron caso", comentaba con humor desde el corazón de la Antártida a las pocas horas de la llegada.
La base, asegura Larramendi, ha sido todo un viaje al pasado: "Todo está muy ordenado, como si alguien fuera a volver, pero a la vez se ve muy antiguo, sobre todo la tecnología, y los techos se están hundiendo por el peso del hielo. No se sabe lo que durará. Es como una cueva de hielo, con una temperatura de 50ºC bajo cero, 20º menos que fuera".
Aprovechando la parada, los expedicionarios españoles han realizado varios experimentos científicos. Ya en días anteriores lograron algunos hitos. Uno de ellos, el envío de imágenes desde el interior de la Antártida hasta Madrid con un dispositivo que podría viajar en futuras misiones espaciales de la NASA para buscar alguna señal de vida extraterrestre. Se trata de un instrumento diseñado en el Centro de Astrobiología (Inta-CSCI) denominado SOLID, cuyo principal componente es un chip, el LDChip, que contiene más de 200 anticuerpos frente a diferentes microorganismos y compuestos biológicos. Con ellos es capaz de detectar restos de vida en una posible exploración planetaria o monitorizar procesos microbiológicos ambientales en la Tierra, que es lo que hace ahora en la misión Antártida Inexplorada.
SOLID, dirigido por el científico Víctor Parro, es uno de los experimentos más complejos de la expedición: “Tuvimos que hacer una perforación de cuatro metros en el hielo, lo que no es fácil en estas condiciones. Nos llevó casi seis horas. Luego tomamos muestras y algunas las pusimos a incubar un día y medio con unos líquidos especiales. A continuación las colocamos en el LDChip y lo escaneamos para que llegara la imagen a Madrid. El reto era conseguir esa imagen en la distancia y en estas condiciones y lo logramos”, señala desde el terreno Hilo Moreno, uno de los responsables de su desarrollo. “Aquí, a menos 35ºC de media, se congela todo, así que son operaciones muy delicadas, que volveremos a hacer al menos otras dos ocasiones en esta expedición”, comenta Moreno.
Pero SOLID no es el único proyecto que conecta al Trineo antártico con Marte. También llevan a bordo los sensores Mars Environmental Dynamics Analyzer (MEDA, por sus siglas en inglés), unos instrumentos aprobados ya por la NASA para viajar al planeta rojo en la misión Mars 2020, que también han sido desarrollados por el Centro de Astrobiología, con la Universidad de Alcalá de Henares. Son radiómetros y sensores de temperatura del aire que han colocado en el ecovehículo y que apuntan al cielo y al suelo para conseguir datos del polvo ambiental, registrando su respuesta a los cambios y fenómenos meteorológicos. Miguel Ramos y Eduardo Sebastián, responsables de MEDA, querían ver cómo era esta respuesta en las condiciones extremas de la Antártida antes de enviarlo a un planeta que está a una distancia que varía entre los 400 y los 57 millones de kilómetros de la Tierra. MEDA, además, registra la presión ambiental en superficie, las temperaturas del aire y del suelo, la humedad, los vientos y la radiación ultravioleta, visible e infrarroja.
A estas alturas, después de casi un mes en el desierto de hielo, los cuatro expedicionarios ya han llegado al ecuador de su ruta, que finalmente será de unos 2.400 kilómetros, en lugar de los 2.000 previstos. En todo este tiempo, el Trineo de Viento no ha sufrido ni un solo desperfecto en un territorio por el que se ha ido en contadas ocasiones y del que se desconocían sus condiciones actuales. “Es mucho más fácil navegar por aquí que en Groenlandia porque la nieve está más dura”, asegura Larramendi.
El viento, sin embargo, sí les está siendo voluble a nivel local. Han tenido grandes ráfagas y calmas que les obligan a cambiar de cometa con frecuencia, pero también vientos perfectos. Hasta ahora, no han estado totalmente parados más que al principio, si bien entran ahora, camino del Domo Fuji, en la zona con menos viento del continente. Pero reina el optimismo en el equipo: “Cuando conseguimos que datos científicos importantes lleguen a su destino, como ha ocurrido con la ESA, con MicroAirPolar y con MEDA, nos sentimos orgullosos de estar aquí”, asegura el creador del Trineo.
La expedición, patrocinada por la Fundación Príncipe Alberto II de Mónaco, la agencia Tierras Polares y que cuenta con la colaboración de la ESA, coincide ahora en el continente con los científicos polares que ya trabajan en dos bases que España tiene en la Península Antártica: la Juan Carlos I y la Gabriel de Castilla, a la que se suma el campamento Byers. Algunos llevan sus proyectos también en el Trineo de Viento. Estos días, la ciencia española se viste de blanco polar.
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