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IDEAS / REBAJAS DE ENERO
Columna
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Vida nueva

Mantenemos grupos de Whats­App que nadie sabe cómo dejar sin quedar mal con gente que en el fondo nos da igual

Íñigo Domínguez
Viandantes en Oxford Street, Londres.
Viandantes en Oxford Street, Londres. Tolga Akmen (AFP)

Siento que empiecen mal el año al llegar aquí y no encontrar a Enric González, pero también tiene derecho a vacaciones. No se asusten, serán solo dos semanas, como unas rebajas. Yo también empecé fatal 2019, mandando al cuerno a uno que me llamó para venderme no sé qué. Estuvo a punto de conseguirlo, porque era un robot y no se podía razonar con él. Pero es la gente en general, y yo mismo, los que sorprenden cuando pasas un poco de tiempo con ellos, como en Navidad. Los niños solo hablan con sus amigos de Fortnite y otros videojuegos, o están horas jugando en red, con esos amigos con los que luego solo hablarán de eso. Sus padres trabajan demasiado, llegan tarde a casa y no los pueden controlar, se debería encargar la tata, pero aprovecha para hablar con el móvil con sus propios hijos, que están en otro país y tampoco controla, ni ve. Hasta los abuelos intercambian vídeos y tonterías que, francamente, no te esperabas de ellos. Algunas familias ya es un milagro que saquen tiempo para acariciar al perro.

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Lo simultáneo nos invade y es difícil encontrar a alguien que haga una sola cosa, aunque sea bien. Lees en diagonal escuchando canciones a medias, escribes con erratas mientras grabas mensajes de voz, se conversa mientras se hacen fotos que nunca más se volverán a ver, salvo las de uno mismo, e incluso ya se toma el café caminando, y puede que manejando un dron.

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Luego opinas un momento en Twitter de algo lo suficientemente intrascendente para que no requiera preparación, o ya puestos, de lo que sea. Mantenemos grupos de WhatsApp que nadie sabe cómo dejar sin quedar mal con gente que en el fondo nos da igual. A los amigos de verdad no los llamas nunca porque no hace falta, o quizá sí, porque hace años que no los ves y te sientes fatal.

Llamar por teléfono, en todo caso, se está convirtiendo en una falta de educación. Salvo una emergencia, ya casi nada justifica obligar a alguien a parar un momento a hablar. Y con este plan, a ver qué vas a leer cuando tienes un rato, la predicción del tiempo para el fin de semana, o pinchas un vídeo de gatos, que no hay que leer.

En fin, pues eso, te entra una pereza inmensa de empezar el año y volver a todo esto, a este tipo de vida. Año nuevo, vida nueva, pero por dónde empiezas. Esta vida ya tiene pinta de que va a ser así, tiene algo de irremediable. Este estrés es generalizado, lo hablas y todo el mundo está de acuerdo. Solo falta sentido común, a ver si sacan ya la aplicación. Yo creo que en breve van a salir también manuales para aprender a hablar en privado. Y no sé si me he explicado bien, porque he escrito esto mientras hacía otras cuatro cosas, y así me ha salido.

Si todo lo que hacemos es cada vez más inconstante e inconsistente, ¿qué tipo de Gobiernos quieren que nos salgan? Muchos de estos políticos se pueden representar perfectamente con emoticonos. Yo creo que gobernar gente así, nosotros, nuestras sociedades, es cosa de locos, y ellos se tiran a lo fácil. También es culpa nuestra, se lo ponemos a huevo. Pues no se lo pongamos, estemos menos distraídos y más atentos, ¿no? Y ahora les dejo, tengo una llamada. Si es el robot me va a oír.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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