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Columna
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El error de un activista

Si bien es justo y razonable que Ai Weiwei cuestione una prisión preventiva que dura demasiado, no lo es que compare China con España ni a los disidentes de su país con los líderes del procés

Ana Fuentes
Ai Weiwei, en una imagen del pasado octubre en Nueva York.
Ai Weiwei, en una imagen del pasado octubre en Nueva York. RICHARD DREW (AP)

Ai Weiwei se equivoca. El artista y disidente chino visitó a los políticos independentistas catalanes en la cárcel de Lledoners y se declaró conmovido por su situación. Dijo que los cargos que pesan sobre ellos le recordaban a uno que existe en China, la subversión del poder del Estado. Si bien es justo y razonable que cuestione una prisión preventiva que dura demasiado, no lo es que compare China con España ni a los disidentes de su país con los líderes del procés.

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Él debería saberlo bien. Creció en el exilio por ser hijo de Ai Qing, uno de los genios de la poesía moderna china, purgado por criticar a Mao Zedong. Conoce a abogados y escritores que han pasado por campos de reeducación y por las llamadas cárceles negras, centros ilegales de detención a los que uno puede llegar sin saber de qué se le acusa, aturdido por los golpes y con una capucha en la cabeza. El mismo Ai Weiwei que hoy se presta a declarar que en España hay presos de conciencia, pasó casi tres meses retenido sin poder llamar a su familia ni a su abogado.

En China no hay separación de poderes y los magistrados dependen del Partido Comunista. Por escribir un artículo cuestionando el sistema, como le ocurrió al fallecido Nobel Liu Xiaobo, a un ciudadano pueden caerle varios años de cárcel por la citada subversión contra el Estado. Sus parejas normalmente sufren un arresto domiciliario sin cargos o vigilancia permanente.

Cuando Ai Weiwei me invitó a su estudio en Pekín, hace diez años, ya era conocido en todo el mundo, y en parte eso le protegía. Le habían operado hacía poco de una hemorragia cerebral que, según él, le provocó el puñetazo de un policía. Se había vuelto incómodo porque presionaba al Gobierno para que publicase la cifra de niños muertos en el terremoto de Sichuan en 2008. Sospechaba, como se confirmó después, que más de 5.000 escolares habían quedado sepultados bajo sus colegios, construidos con materiales de mala calidad porque las autoridades se habían quedado parte del dinero.

Ai sufrió mucho en aquella época, pero nunca perdió el sentido del humor. Le habían puesto vigilancia en su casa, pero de tanto ver a su guardián acabó fumando con él. Lo veía como un pobre hombre haciendo su trabajo. “Sé lo que es vivir en un régimen sin humanidad. Llevo en la sangre la lucha por la justicia”, me dijo. Pero respecto a Cataluña hila su discurso de manera peligrosa, comparando universos opuestos. Incide en que los políticos independentistas son sensibles y cultos, como si eso fuera un atenuante a la hora de cometer un delito. Ai Weiwei asegura que no quiere pintar lienzos para ricos, sino defender derechos que normalmente los artistas evitan. Una tarea interesante siempre que se haga con fundamento. @anafuentesf

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Sobre la firma

Ana Fuentes
Periodista. Presenta el podcast 'Hoy en EL PAÍS' y colabora con A vivir que son dos días. Fue corresponsal en París, Pekín y Nueva York. Su libro Hablan los chinos (Penguin, 2012) ganó el Latino Book Awards de no ficción. Se licenció en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y la Sorbona de París, y es máster de Periodismo El País/UAM.

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