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La odisea de un padre español buscando Bellies, el juguete agotado estas navidades

Estantes vacíos en tiendas físicas, unidades al triple de su precio en Internet… Ponemos a un periodista a seguir la pista de estos bebés interactivos, presentes en muchas cartas a los Reyes estas fiestas

Que se agote un juguete precisamente en Navidad suena catastrófico e inverosímil a la vez. Es como si se agotasen las papeletas justo el día de unas elecciones o los bañadores en julio. En la imagen, Arnold Schwarzenegger en la película 'Un padre en apuros'.
Que se agote un juguete precisamente en Navidad suena catastrófico e inverosímil a la vez. Es como si se agotasen las papeletas justo el día de unas elecciones o los bañadores en julio. En la imagen, Arnold Schwarzenegger en la película 'Un padre en apuros'.

Soy de esa clase de personas que siempre buscan un culpable cuando algo les sale mal. Si me clavo en la pierna el pico de un aparador, maldigo inmediatamente al desalmado que lo puso ahí en medio, interceptándome el paso, y no mi contrastada torpeza, que hace que me vaya empotrando con todo lo que se me cruza por delante. Lo mismo ocurre con los Bellies: que estos juguetes estén agotados en casi todas partes tiene que ser culpa de alguien.

Curioso fenómeno: que los niños de todo un país se pongan de acuerdo en algo parece que requiere incluso de cierta organización. ¿Lo hablan en el recreo? Dado que a esas edades aún no tienen móviles, ¿se comunican de un colegio a otro con palomas mensajeras?

Podría haberlo achacado a mi pertinaz costumbre de dejarlo todo para última hora, pero el primer impulso fue acusar a los truhanes que editan esos catálogos de juguetes con más páginas que los listines telefónicos de muchas capitales de provincia. ¿Te has preguntado alguna vez por qué son de las pocas cosas que hoy uno puede conseguir gratis? Seguramente no, porque es de cajón. Antes de que te des cuenta, la casa se ha llenado de ellos. Los que cogen tus hijos en sucesivas visitas a almacenes y grandes superficies, los que les endosan abuelos, tíos y amigos cercanos…, tratando de apuntarse el tanto de poner en sus manos el codiciado panfleto, ajenos (quiero pensar) al flaco favor que le están haciendo al planeta en general y a mi hogar en particular.

Sí, la culpa la tienen estos folletos, porque fue en su papel satinado, y no en escaparates o anuncios de televisión, donde mis hijas descubrieron estos bebés cabezones de a 29,95 euros la unidad, los Bellies. Había oído hablar de ellos un poco antes, cuando un amigo me hizo saber que su gran dilema estas fiestas no era cómo meter el coche en el centro de Madrid, sino encontrar los dichosos Bellies que su hija había pedido a los Reyes Magos. Habían volado de las estanterías, lo que suponía un serio contratiempo para sus infalibles majestades.

Mis hijas nunca me habían hablado de los Bellies, y me reí magnánimo del problema de mi amigo. Cuando llegué a casa, y casi por diversión, le pregunté a la mayor (8 años) si sabía qué eran los Bellies. Me dijo que no, lo que aumentó mi sensación de bienestar. Acto seguido, agarró uno de esos pasquines llenos de juguetes y añadió: “Lo que les he pedido a los Reyes son estos bebés”. Despreocupado, tomé la revista para ver de qué hablaba. De pronto, sentí que la habitación me daba vueltas, exactamente igual que la calle al término de mi cena de empresa. Con todo el cariño paterno que fui capaz de reunir, le devolví el catálogo a la niña. “¿Has leído lo que pone arriba?”, le pregunté con falsa sonrisa. “Eh… Bellies. Ah, no me había fijado”, dijo, como si tal cosa. La parte buena es que estábamos solos y nadie pudo ver mi rictus desencajado.

Ha sido mi primera experiencia como Rey Mago explorador, o quizá debería decir Indiana Jones de los juguetes perdidos. Antes de que nacieran mis hijas, encontré deleite en escuchar a frustrados padres y madres hablar de sus andanzas buscando Monster Highs, muñecas góticas que se agotaron hace unos años a inusitada velocidad. Supuse que se debía a un fallo de stock puntual, que eso nunca me pasaría a mí. Pero mira por dónde, cada pocos años un juguete se convierte en protagonista de las navidades por ser aquel del que todo el mundo habla pero pocos ven.

Curioso fenómeno: que los niños de todo un país se pongan de acuerdo en algo parece que requiere incluso de cierta organización. ¿Lo hablan en el recreo? Dado que a esas edades aún no tienen móviles, ¿se comunican de un colegio a otro con palomas mensajeras? ¿Quién fue el primero o la primera, quién metió el gusanillo al resto? ¿El hijo del fabricante?

Un bebé Belly junto a la Bellypedia, su manual de instrucciones (a su izquierda), y las pegatinas (a su derecha) que representan los distintos tipos de caca que puede hacer este juguete interactivo.
Un bebé Belly junto a la Bellypedia, su manual de instrucciones (a su izquierda), y las pegatinas (a su derecha) que representan los distintos tipos de caca que puede hacer este juguete interactivo.

Que se agote un juguete precisamente en Navidad suena catastrófico e inverosímil a la vez. Es como si se agotasen las papeletas justo el día de unas elecciones, los bañadores en julio, los disfraces en carnavales o las torrijas en Semana Santa. O sea, situaciones que no se dan. Porque hay personas que los demandan y otras personas que saben que esas personas los demandan y por eso los fabrican en cantidades suficientes para que nadie se quede sin ellos, de modo que todos quedan contentos: unos, porque consiguen lo que desean, y otros, porque ganan dinero fabricando juguetes, papeletas, bañadores, disfraces y torrijas no aleatoriamente, sino cuando toca. Me digo que no puede ser cierto, que la gente es muy exagerada, y armado con un raro optimismo inicio la búsqueda.

En un vídeo del fabricante en YouTube me entero de que los Bellies son “los bebés interactivos más adorables y traviesos”. Hay cuatro: Muak-Muak, Pinky-Twink, Yummy-Yummi y a Bobby-Boo. La chica del vídeo, que parece sacada de un capítulo de Lazy town, asegura que los Bellies no se compran, sino que se “adoptan”. A diferencia de otros muñecos, hacen cosas: cuando se les quita la pinza del cordón umbilical, su corazón empieza a latir; si juntas a dos Bellies, se ponen a hablar entre ellos (están muy adelantados para su edad); manchan el pañal (con pegatinas que representan distintos tipos de caca)… En otras palabras: es lo más cerca que vas a estar de sentirte abuelo hasta que tus hijos sean mayores de edad.

Con todo el cariño paterno que fui capaz de reunir, le devolví el catálogo a mi niña. “¿Has leído lo que pone arriba?”, le pregunté con falsa sonrisa. “Eh… Bellies. Ah, no me había fijado”, dijo, como si tal cosa

Empiezo mis pesquisas peinando tiendas físicas. En el Carrefour que tengo enfrente de casa no les quedan. Comparezco en El Corte Inglés, Poly y Toys ‘R’ Us. Ni rastro. Entonces me paso a Internet. En Amazon las tienen… ¡Pero a 90 euros! Se ve que hay por ahí algún Melchor que domina el arte de la picaresca y, consciente de la frustración de otros, ha decidido poner a la venta sus Bellies a un precio tres veces mayor. Localizo una web dedicada a informar dónde puedes encontrar los solicitados muñecos; incluso te invitan a suscribirte a su canal de Telegram para enterarte en tiempo real de dónde sale uno a la venta. No tengo Telegram y la petada memoria de mi ajado móvil no acepta más aplicaciones. Como último recurso, miro en Wallapop: de 45 euros no bajan, eso sí, “nuevos, a estrenar”. El dato de que son nuevos es importante, porque en mi casa un solo día de uso basta para que cualquier muñeco aparezca totalmente cubierto de tatuajes abstractos hechos con Edding.

A ver si no era una exageración… Llamo a José Antonio Pastor, presidente de la Asociación Española de Fabricantes de Juguetes, para que me explique este apocalipsis que recuerda a alguna serie de Netflix (en la que al final todos mueren). Para contextualizarlo, me ilustra acerca del comportamiento del mercado: el periodo de Navidad (los tres últimos meses del año) supone en torno al 75 % del total de las ventas anuales de juguetes. En las últimas tres semanas se venden hasta el 40 % de los de todo el año. Este 2018, pese a haber sido un año complicado (debido a la inquietud generada por las crisis de Toys ‘R’ Us y Poly, finalmente sin incidencia en España), se espera un incremento del 1 % o el 2 %, similar al del año anterior. El sector facturará unos 1.700 millones de euros. ¡No será gracias a los Bellies! ¿Qué pasa con ellos?

El presidente de los jugueteros dice que concurren varios factores: “El mercado infantil es muy caprichoso y variable. A veces nos sorprenden algunas creaciones, de las que no esperábamos mucho y se ponen de moda. Fabricar lleva un tiempo, mientras que la ventana de días de ventas es muy escasa. Concentrar tantas ventas en tan poco tiempo tiene esa dificultad”. Vale, pero ¿cómo es posible que se agote un juguete justo en Navidad? “El fabricante depende de las previsiones que le haga el distribuidor. Si la distribución, por lo que ha pasado durante el año, es precavida en exceso y hace previsiones conservadoras, y el consumidor lo demanda con normalidad, faltarán juguetes. No puedes fabricar de más y tenerlo en el almacén por si el consumidor despierta, ¿y si no?”.

Empiezo mis pesquisas peinando tiendas físicas. En el Carrefour que tengo enfrente de casa no les quedan. Comparezco en El Corte Inglés, Poly y Toys ‘R’ Us. Ni rastro. Entonces me paso a Internet. En Amazon las tienen… ¡Pero a 90 euros!

Cuando el producto se agota, al juguetero no le queda más opción que lamentarse. Reaccionar a tiempo es muy difícil, sostiene Pastor. “No hay ningún juguetero que pueda fabricar para poder abastecer al 40 % del mercado que compra en las tres últimas semanas del año. Si te sorprende, te ha sorprendido. No puedes tener aprovisionamiento de material, máquinas y empleados ociosos por si acaso”.

Le transmito lo que me han dicho un par de amigos muy mal pensados: que todo es fruto de campañas de marketing. Que son lances provocados: el fabricante produce menos cantidad a sabiendas de que la demanda va a ser mayor, y genera una especie de anhelo en el consumidor que da notoriedad a su juguete y lo convierte en aspiracional. Pastor se toma a broma la ocurrencia. Cuando uno puede vender 300.000 unidades de un juguete, quedarse en 100.000 “no es una buena noticia”, asegura. “Entrar en ese riesgo es como para que, si te sale mal, cierres definitivamente. No, no. Ya te digo yo que no. Cuando estás varios años trabajando en una creación juguetera lo que quieres es que triunfe, no que la gente se quede con las ganas y se revenda por Internet. No tiene mucho sentido”.

Es día 27 por la mañana, el tiempo corre y yo sin mis Bellies. Realizo otra ronda, más rutinaria que otra cosa, por si se obra el milagro. El dependiente de El Corte Inglés me responde toscamente. Imagino que pronunciar 50 veces al día la frase “están agotados” implica un esfuerzo sobrehumano. En Poly esta vez me espetan que nunca los han despachado. En Toys ‘R’ Us llevan semanas sin noticias de ellos…

Cariacontecido, cruzo el umbral de otra tienda de grandes dimensiones, Juguettos. Pregunto por preguntar, como cuando pido agua con gas en un bar consciente de que hay un 90 % de posibilidades de que no haya. La dependienta sonríe. “Estás de suerte”, dice, mientras se agacha tras el mostrador. Me recorre el cuerpo una descarga eléctrica, y tomo nota mental de pedir cita con el otorrino a la vuelta de las fiestas porque cada vez oigo peor. “¿Perdona?”, inquiero. “Sí. Acaban de hacer una devolución. Es la única que tengo”, relata, mostrándome un lustroso Bobby-Boo. Agarro la caja, la miro y la sopeso, la estrecho contra mi pecho y, pese a todo, intento mantener la compostura, haciendo como que no estoy desesperado y me lo estoy pensando, antes de exclamar: “¡Póngamelo para regalo!”.

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