El espíritu libre de Dobet Gnahoré
La cantante, compositora, bailarina y percusionista marfileña presenta su quinto disco en Las Palmas de Gran Canaria
Una rodilla apunta al sur y otra al norte y entre ellas, se planta un enorme tambor que se deja batir con manos y baquetas de madera. El sol arranca destellos de la reluciente piel de Dobet Gnahoré (Costa de Marfil, 1982), mientras ella voltea sus trenzas de colores brillantes en el aire quieto de una cálida mañana de domingo. Interpreta una canción de su quinto y último álbum en solitario por el momento, Miziki (2018), mientras hace vibrar el instrumento. El pequeño auditorio al aire libre del Parque Doramas está lleno de gente que baila siguiendo sus movimientos, celebrando que el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria acaba de abrir el espacio a un ciclo de conciertos dominicales gratuitos que ella ha estrenado este invierno. Niños que cabalgan sus juguetes y loros verdes fugados de sus jaulas celebran la ocasión con gritos y carreras: Dobet Gnahoré regresa a la isla ocho años después de participar en el Womad.
"Artista polivalente, africana y panafricana, que ha podido abrir su espíritu a nivel musical", se describe ella por la tarde, después del concierto y cuando la tarde agoniza en el paseo de Las Canteras, en una de cuyas terrazas se sienta. "Y que tiene una forma de componer que se inspira mucho en África y en el resto del mundo. Una artista que es verdaderamente libre, que compone sola. Tiene cinco álbumes. Ha dado la vuelta al mundo. Canta, baila, hace percusión, hace algo de teatro", concluye.
Gnahoré precisa que en su directo ofrece un poco de todo y es cierto que sus actuaciones escapan a definiciones, emocionan y revolucionan a la audiencia. "Todavía tengo energía para hacer un poco de todo: teatro, cantar, percusión, bailar", dice. "Mis conciertos son espectáculos y los mensajes son la paz, el amor, el perdón, compartir, romper las barreras, conocerse a uno mismo, ponerse en el lugar de los otros, el mestizaje, la felicidad,...", enumera y se ríe mostrando la brecha que separa sus incisivos.
La artista no tiene nada que demostrar a estas alturas. Forma parte de una saga artística respetada en su país y fuera de él. Su padre, Boni, fue uno de los fundadores y dinamizadores de Village Kiyi, un centro cultural panafricano en Abiyán. Su hermano menor, Black k, milita en Kiff no beat, la banda estrella de hip hop nouchi. Ella gira con su propio grupo, Na Afriki, un conjunto de músicos franceses y tunecinos que la arropan. A su derecha sobre el escenario, es inevitable la figura de Colin Laroche de Féline, el guitarrista francés con el que trabaja desde hace casi dos décadas. Gnahoré vive en Marsella desde el golpe de estado del general Robert Guei en su país, en 1999. Después llegaron la guerra y décadas de sobresaltos que todavía no remiten y que la retienen en Francia.
"Me formé en Village Kiyi, a donde mi padre me llevó siendo niña", cuenta la artista mientras espera un café en vano. "Es un centro que me dio una formación de base: aprender a trabajar sola, hablar de panafricanismo. Cuando dejé Kiyi, hace ya años, continué sobre esa base para desarrollar mi formación y mi técnica, aprendiendo otras técnicas europeas y siguiendo cursos. Kiyi tiene una manera de componer, de ver las cosas, muy panafricana. Te enseñan a desarrollar tu arte extrayendo la inspiración de ti misma".
Ella subraya que el centro ha inspirado a muchos artistas del continente africano, que vinieron y vienen a Costa de Marfil a aprender, seducidos por su buena reputación. "Todos quieren tener una formación en Kiyi porque ofrece una manera de enseñar especial", señala. "Tiene un estilo peculiar, no sólo en sonido sino también de imagen". Y precisa que, en un momento en que no se apreciaba tanto, les enorgullecía portar ropa africana, hablar del panafricanismo, lucir rastas y cauríes, replicar la imagen de verdaderos guerreros africanos. "Ahora es algo normal y los espíritus son más abiertos, pero en aquel momento era algo diferente, innovador, el centrarse en las culturas africanas", cuenta y nos traslada mentalmente a los ochenta y noventa del siglo pasado, cuando el orgullo por las tradiciones podía considerarse retrógrado o pueblerino. "Había que forzarlo para mostrar la originalidad", rememora.
Sacó su primer disco en solitario en 2004 y el último el año pasado. Desde el primero, hace ya 15 años, llevaba rastas y la cabeza rapada por un lado y se envolvía en paño africano. "Me planteaban muchas preguntas, extrañaba", dice. "Ahora es algo normal".
Legado Kiyi
Mpeck Benjamin Impckabl es el responsable de la programación y de la comunicación de Village Kiyi y estuvo en el Mapas de Tenerife hace dos años, presentando la organización para la que trabaja.
Es un centro de formación panafricano, donde cohabitan muchas nacionalidades (camerunesa, marfileña, tunecina, ghanesa, burkinesa), que sirve a la creación y promoción artística y cultural. Existe desde 1985, en Abiyán. Lo creó la camerunesa Wêrê-Wêrê Liking y creció de la mano de Boni Gnahoré o Souleymane Koly, que posteriormente abrió otro centro similar, Koteba.
La particularidad de Village Kiyi es su panafricanismo. "Es uno de esos raros entornos en los que la longevidad y la creatividad marcan la diferencia", explicaron en Tenerife. "Muchos profesionales que ahora son coreógrafos y creadores reconocidos fueron y son parte de Village Kiyi. Somos pioneros de esta cultura vibrante de hoy en día en Costa de Marfil y África".
Explica que en Francia descubrió la técnica vocal, los nuevos estilos como el hip hop, la danza clásica, contemporánea, el jazz. Educó su voz, mezcló y evolucionó. "He aprendido muchas cosas de muchos artistas a los que he escuchado", continúa. "Tengo una nueva forma de ver mi musicalidad entre lo moderno y lo tradicional, entre lo africano y lo europeo. Eso ha abierto mi mundo: me ha hecho evolucionar y ha hecho evolucionar mi música".
Reconoce que ser inclasificable le ha puesto las cosas más difíciles. "Pero al mismo tiempo es un orgullo para mí, porque todos somos diferentes y las diferencias hacen que las cosas sean hermosas", añade. "Todo el mundo no debe hacer lo mismo. Podría hacer como los otros, pero siempre habrá alguien que lo haga mejor que yo. Por el contrario, si hago lo que sale de mi corazón, nadie podrá hacerlo mejor que yo".
Reflexiona que prefiere siempre crear algo personalizado y auténtico, en lo que otros se puedan reconocer pero que sea suyo. "Eso es el arte", opina simplemente. Dice que ganar dinero fácil y simplificar el camino sería posible analizando lo que hace triunfar a otros y replicándolo, pero se rebela al mismo tiempo. "Si sigo haciendo lo que hago bien y que es mío, incluso si no tengo muchos seguidores, serán fieles: eso es lo que busco", finaliza.
Los 15 minutos de entrevista concluyen sin que los camareros se acerquen a la mesa, abrumados por la marea humana que rebosa el paseo, pero Dobet Gnahoré casi lo prefiere. Se arropa en su fino abrigo y se despide para bajar a la arena, todavía tibia, y acercarse a la orilla a respirar las olas.
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