O fresa o chocolate
La Habana rinde homenaje a la película de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, un canto a la tolerancia que contribuyó a cambiar Cuba hace 25 años
Hace 25 años se entrenó en el teatro Carlos Marx de La Habana la película Fresa y Chocolate. Era diciembre de 1993, y la noche del Periodo Especial se había instalado en Cuba. La escasez provocada por la desaparición del campo socialista era salvaje: los apagones eran de 14 horas diarias, se inventaban recetas como picadillo de cáscara de plátano y en las bañeras de las casas la gente criaba puercos con las cuerdas vocales operadas (para que no chillaran), y por aquellos años duros todavía eran pecado en Cuba la homosexualidad y la religión, pero en eso llegó Fresa y chocolate.
Pocas veces el cine contribuye a cambiar una sociedad, pero eso ocurrió con la película de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío. Fresa y chocolate conmocionó a los cubanos y marcó un antes y un después en la isla, y algunas de sus derivadas las vemos hoy, cuando una reforma constitucional puede abrir las puertas al matrimonio gay en el mismo país que en los sesenta internó a los homosexuales en campos de trabajo.
Supe de la película por una llamada de Ángel Fernández-Santos, el maestro de críticos de EL PAÍS: “Titón está filmando en La Habana una película importante. Está enfermo y quizás sea la última que haga. Ve al rodaje”. El set estaba en un maravilloso palacete de 1913 reconvertido en cuartería en el barrio Centro Habana, y allí reinaban Titón y Tabío, que había dejado aparcada su película El elefante y la bicicleta para trabajar con su amigo en Fresa y chocolate. Durante el rodaje, Alea se había operado de cáncer, pero ya estaba de vuelta —maltrecho— en la filmación. Subir aquellas empinadas escaleras le costaba un mundo, pero las subía. Él y todos a su alrededor sabían que estaban haciendo algo importante, aunque ninguno pudo calcular el impacto que tendría.
Fresa y Chocolate conmocionó a los cubanos y marcó un antes y un después en la isla
Recordemos: David (Vladímir Cruz) es un miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas que llega del campo a estudiar a La Habana. Es un joven marcado por los esquemas y la ortodoxia de los principios, lleno de prejuicios contra los homosexuales y con un cierto interés por la literatura. Un día, sentado en la heladería Coppelia, conoce a Diego (Jorge Perugorría), un gay sin inhibiciones que ama el arte y que le ofrece libros prohibidos. La película narra cómo ambos logran construir una amistad verdadera, venciendo los tabúes de una sociedad que durante años marginó a los homosexuales. Al principio, David es tan cerrado que no puede comprender cómo un hombre es capaz de pedir helado de fresa habiendo chocolate. "Fíjate si es maricón", le dice a un compañero de estudios al comenzar la película. Sin embargo, la autenticidad de Diego va dinamitando poco a poco los prejuicios del joven militante, que acaba defendiendo el derecho de su amigo a pensar con cabeza propia y a ser diferente.
El guion, basado en el cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo, de Senel Paz, lo trabajó Titón con Senel durante dos años (si bien, a petición de Senel, Alea retiró su nombre de los créditos, aunque no de la SGAE). La realidad es que el espíritu de la película era 100% Titón, pues el filme iba mucho más allá de una simple crítica a la persecución de la homosexualidad en una etapa de la revolución. Fresa era sobre todo un grito contra la intolerancia y a favor de la libertad individual y el derecho a pensar diferente, temas que había tocado en Memorias del subdesarrollo (1968) y en general en toda su obra, pues era su obsesión.
La película era un grito contra la intolerancia y a favor de la libertad individual y el derecho a pensar diferente
Cuenta la actriz Mirta Ibarra, esposa de Titón —en la película interpreta a una prostituta que se enamora de David— que un día el director regresó a casa revuelto: “había asistido a un acto de depuración en la universidad, en el que habían botado a homosexuales, religiosos, apáticos y blandengues, como se les llamaba entonces. Aquello le marcó profundamente, y eso está presente en Fresa y chocolate”.
En 1993 la crisis era absoluta y la película se hizo con nada. Titón, Juan Carlos y los actores ganaron por su trabajo el equivalente a 40 dólares, pero en el set aquello no importaba. Perugorría tenía dos hijos pequeños y criaba puercos en su casa para darles de comer, todos los días llegaba con las manos destrozadas y la maquilladora se desesperaba. “¡Pero coño, Pichi, otra vez! ¡Que eres Diego, un maricón exquisito, no un animal!” . Las necesidades eran tantas, que el equipo bromeaba: “Debiera llamarse O fresa o chocolate, de los dos no hay”.
El estreno en La Habana fue impresionante: al encenderse las luces mucha gente lloraba, el aplauso fue sobrecogedor, 10 minutos sin parar, y después llegó lo demás: el Oso de Plata en Berlín, el Goya, la nominación a los Oscar y su distribución en todo el mundo. En Cuba supuso una catarsis colectiva. Las autoridades aceptaron la película, y a partir de Fresa el país empezó a cambiar: la homosexualidad empezó a ser algo “normal”, los travestis se liberaron y sus shows se hicieron famosos, comenzaron las operaciones de cambio de género y dentro de poco quizás el matrimonio gay será una realidad.
"Fíjate si es maricón que habiendo helado de fresa pidió chocolate", dice uno de los protagonistas
Cuenta Iván Giroud, el director del Festival de Cine de La Habana —que rinde estos días un gran homenaje a Titón por los 90 años que cumpliría y exhibe de nuevo Fresa en una versión restaurada—, que tras el estreno en el Carlos Marx algunos pensaron que la película no se pondría más. Era tal el ansia por verla donde se programó durante aquel festival, que la gente llegó a romper cristaleras y a abandonar sus cosas personales para entrar. Giroud recuerda como si fuera ayer la proyección del cine Chaplin: “Al vaciarse la sala allí quedaron medio centenar de zapatos de diferentes colores y tallas abandonados entre las butacas”. Todavía se emociona.
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