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Columna
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Macron sin maquillaje

El presidente francés ha sufrido un duro aterrizaje en la realidad. Francia no es como se la dibujan sus asesores de imagen

Ramón Lobo
Una escultura de Marianne, símbolo de la República Francesa, dañada dentro del Arco de Triunfo durante la manifestación del 1 de diciembre en París.
Una escultura de Marianne, símbolo de la República Francesa, dañada dentro del Arco de Triunfo durante la manifestación del 1 de diciembre en París. Kamil Zihnioglu (AP)

Resulta curioso que a Macron, el presidente sin partido, le haya derrotado un movimiento sin líderes. Una metáfora de los tiempos. Pese a que Francia tiene uno de los niveles de vida más altos, un salario mínimo bruto de 1.498 euros frente a 858 en España, menos pobreza que Reino Unido y más protección social, es un país enfadado. La cultura del malestar ha terminado por incendiar una protesta pacífica de automovilistas, de ahí los chalecos amarillos, que se quejaban del alza del carburante.

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Los manifestantes han atacado bancos y pequeños comercios. En el Arco del Triunfo causaron daños por valor de un millón de euros. Han mostrado rechazo a los intelectuales. Es como si el país viviera preso en el mito de la revolución cuando es uno de los más burgueses.

Júpiter, como llaman al dios Macron, ha sufrido un duro aterrizaje en la realidad. Francia no es como se la dibujan sus asesores de imagen. Tanto gasto en maquillaje no sirvió de ocultamiento. ¿A quién se le ocurre encarecer los impuestos indirectos tras bajar el de patrimonio a los ricos? Ha tenido que ceder, la primera vez en su mandato. Una pintada en el muro del Palacio de la Ópera reza: “Macron = Louis 16”. Otras demandan su dimisión. Hay desconcierto porque nadie sabe quién son los chalecos amarillos. ¿Izquierda o Frente Nacional? La policía no conoce a la mayoría de los detenidos. Algunos sostienen que pertenecen a una clase media baja empobrecida que antes llegaba a final de mes y hoy se siente abandonada. La crisis económica los bajó del sueño de pertenencia a cierta riqueza. Hay miedo a la globalización.

Los mercados y la Comisión Europea exigen reformas en el Estado de bienestar. Sostienen que Francia es un Estado subvencionado incapaz de competir en el mundo actual. Reforma y modernización suelen ser eufemismos de recorte de plantillas, salarios y derechos. Los chalecos amarillos sienten que una élite financiera no elegida en las urnas decide su futuro. En este cultivo, la única fuerza rupturista es el Frente Nacional. Un fracaso de Macron dejaría las puertas abiertas a Marine Le Pen.

Hay enseñanzas para España. La derecha democrática francesa liderada por Sarkozy se acercó a la extrema derecha para robarle votos. El experimento, unido a las luchas internas, acabó en desastre electoral. También se hundió el Partido Socialista como se ha hundido la socialdemocracia en gran parte de Europa. Se quedaron secos, sin discurso. Más allá sigue la Francia Insumisa, hoy dividida en taifas. Tenía el espacio y un plan de acción desde una plataforma ecologista y feminista. Solo necesita un o una líder. A Mélenchon le pierde el carácter. Como a Macron, le falta empatía.

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