La hora de Macron
La solución ante el conflicto de los 'chalecos amarillos' exige una negociación ambiciosa sobre la ecología y sus costes
Emmanuel Macron debe reaccionar con urgencia a la crisis de los chalecos amarillos, la más grave desde que en mayo de 2017 ganó las elecciones con la promesa de transformar la irreformable Francia. De cómo el presidente de la República la supere dependerá el rumbo de un quinquenio que debía transformar Francia y relanzar la integración de la Unión Europea. Lo que está en juego trasciende las fronteras de la política francesa. Con la canciller alemana, Angela Merkel, en retirada, Macron es hoy uno de los últimos baluartes ante el auge del populismo y el nacionalismo.
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El movimiento de los chalecos amarillos empezó como una reivindicación contra la subida del combustible. Ha derivado en una revuelta en la que cristaliza el hartazgo de las clases medias empobrecidas. El precio del combustible fue el detonante. Ahora, los chalecos amarillos —la prenda obligatoria en los automóviles y que visten los activistas— van mucho más allá. Algunos cuestionan la legitimidad del presidente y del sistema. El caos y la destrucción del fin de semana en París y otras ciudades desbordó a las fuerzas de seguridad y al Gobierno. Y disparó la alarma sobre una erupción de efectos impredecibles.
Macron no puede ceder al chantaje de la violencia, ni al oportunismo de los partidos de la oposición que aprovechan el río revuelto para lanzar ideas como la de un referéndum o nuevas elecciones. Renunciar a los objetivos de la lucha contra el cambio climático, que exigen una fiscalidad que disuada del uso de combustibles contaminantes, sería una opción peligrosa. Pero también lo es el inmovilismo. Los problemas de Macron no se explican solo por su estilo de gobierno, percibido como arrogante y autoritario, aunque las señales de humildad y empatía serían un principio. En estos momentos críticos, le resultaría valiosa la ayuda de políticos y sindicalistas de peso, a quienes despreció al ganar las elecciones como miembros del viejo mundo que él iba a abolir. Las posibles concesiones, como una moratoria en la subida de las tasas al carburante o la reintroducción del impuesto sobre las fortunas, pueden entenderse como señales de buena voluntad, pero difícilmente apaciguarán la cólera de fondo. La solución exige una negociación ambiciosa sobre la ecología y sus costes. Y quizá una reconstrucción de la coalición transversal que llevó a Macron al poder: la escucha y conexión con la Francia real y la audacia para salir del bloqueo de las últimas décadas, bloqueo que en última instancia ha llevado al estallido actual.
El riesgo, si Macron no actúa, es múltiple, desde encontrarse con una victoria masiva de los nacionalistas y los populistas en las elecciones europeas del próximo mayo hasta ver definitivamente lastrada su presidencia hasta las próximas elecciones, en 2022. Francia no puede permitírselo. Europa, tampoco.
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