Los 40
Según mi padre, el día del referéndum de la Constitución era más fiesta que todo el santoral junto
No voté la Constitución, pero he tenido que echar cuentas para constatarlo porque creía haberlo hecho, de tan indelebles y a la vez borrosos que tengo grabados aquellos años de infancia. Recuerdo como ayer mismo la mañana en que fui con mis viejos a votar a mi cole vestida de domingo aunque fuera miércoles porque, según mi padre, ese día era más fiesta que todo el santoral junto. Y dirán ustedes, y dirán santamente: ya está la columnista de turno dándonos la brasa con sus batallitas nostálgicas. En mi descargo diré que estoy floja. Mi padre no está. Mi madre, tampoco. Hoy entierro a mi tía Criptana, la última hoja de la extinta rama paterna, tras una vida de demasiado sufrimiento y poco gozo, y, en vísperas navideñas, lo único que tengo medio seguro es que lo que queda de la familia volverá a discutir en los grupos de WhatsApp y en la cena de Nochebuena sobre si los inmigrantes colapsan los ambulatorios, los indepes son golpistas, los refugiados roban y violan, y las mujeres no nos estamos pasando con tanto feminismo y tanta hostia. Fue así el año pasado, así que este la gresca puede ser mortal aunque no llegue la sangre al río.
Cuento esto porque hoy habrá mil fotos de los fastos del cuadragésimo aniversario de la Constitución, todas históricas por una vez este siglo. Sin haberlas visto, me quedo con la del Rey y el Rey, la Reina y la Reina, y la Princesa y su hermana pequeña. En esa estampa de familia están contenidas estas cuatro décadas. Natalicios y funerales. Bodas y divorcios. Amor y odio. Avaricia y soberbia. Gloria y miseria. Pretérito imperfecto y futuro indefinido, pero futuro, el que sea. Cuarenta años son mucho y nada. Más revuelto que estaba el patio, no lo está ahora. Por cierto, la única que tiene a estas alturas los ovarios, la energía y la paciencia para rebatir a sus parientes más cerriles en el WhatsApp y en la cena de Nochebuena es mi primogénita. Sobreviviremos.
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