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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los troles de la política

Ya no importan los datos ni los hechos. Lo que importa es producir frases estridentes capaces de convertirse en titulares y tener un largo recorrido en las redes sociales

Milagros Pérez Oliva
Gabriel Rufián fue expulsado del pleno del Congreso tras ser llamado al orden por tres veces.
Gabriel Rufián fue expulsado del pleno del Congreso tras ser llamado al orden por tres veces.Javier Lizón (EFE)

Los troles eran unos seres pequeños, sucios y peludos que, según la mitología escandinava, surgían de la oscuridad de los bosques para raptar a niños y cometer todo tipo de tropelías con las que perturbar la vida de la comunidad. En el argot de Internet, un trol es un internauta que interviene en los debates para, habitualmente desde el anonimato, provocar a los adversarios de forma grosera y desestabilizar la conversación.

Poco a poco, esta forma de actuar ha ido invadiendo la conversación pública. La hemos visto destrozar el hábitat de las redes sociales y de los medios de comunicación y ahora amenaza con contagiar también la forma de hacer política. Los que distorsionan el debate en las redes sociales ya no son anónimos, como tampoco lo son los políticos que recurren al insulto, el exabrupto, la exageración o la hipérbole con el único propósito de llamar la atención y colonizar el espacio público. Mientras se habla de sus excesos no se habla de otra cosa. Ni el Parlamento se libra de su incordiante protagonismo.

Estos políticos actúan como troles de la democracia y puede ocurrir lo mismo que cuando los medios de comunicación abrieron las noticias a comentarios. Su propósito era fomentar la participación de los lectores y facilitar una conversación que enriqueciera los contenidos. Sucedió todo lo contrario. En cuanto se abrió la puerta, entraron los troles con sus improperios y lo que provocaron fue la huida de los lectores interesados en un debate constructivo.

Ahora vemos emerger un tipo de políticos que desprecian la verdad y no tienen inconveniente en distorsionar la realidad hasta hacerla irreconocible. Ya no importan los datos ni los hechos. Lo que importa es producir frases estridentes contra el adversario capaces de convertirse en titulares y tener un largo recorrido en las redes sociales. Cada día fabrican cápsulas mediáticas capaces de impactar en las audiencias aprovechando la querencia de los medios y las redes por los antagonismos y el enfrentamiento. Para ellos, el Parlamento ya no es esa Cámara en la que confrontar ideas y propuestas, sino el escenario desde el cual lanzar con más fuerza las cápsulas de su argumentario. Si esta forma de actuar se extiende, es fácil prever el efecto: la desafección y el desistimiento de la ciudadanía interesada en un buen debate público. La mejor forma de hacer antipolítica.

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