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Columna
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Acción de Gracias

Hay que evitar que el lenguaje del odio, en vez del agradecimiento, conduzca la conversación sobre los desplazamientos de poblaciones

Lluís Bassets
Integrantes de la caravana de migrantes en Tijuana, México.
Integrantes de la caravana de migrantes en Tijuana, México.Mario Tama (Getty Images)

El padre de Nicholas Kristof llegó a Nueva York sin saber ni una sola palabra en inglés. Huía de una turbulenta Europa que había iniciado el siglo de las guerras más mortíferas de la historia, los totalitarismos y los genocidios. Venía de una familia armenia, el primer grupo étnico europeo que sufrió el exterminio en el siglo XX. Entre los parientes que quedaron atrás hubo víctimas del nazismo y luego del estalinismo.

Kristof lo ha contado en su columna para The New York Times con motivo del Día de Acción de Gracias, la fiesta nacional que conmemora la primera cosecha recogida por los primeros pobladores europeos llegados al territorio de la futura gran nación americana. Para el famoso periodista y enviado especial a numerosas crisis humanitarias, este día celebra ahora a quienes siguen llegando a Estados Unidos huyendo de las guerras, la miseria y la violencia de sus lugares de origen.

Son muchos los ciudadanos estadounidenses con motivos más que justificados para agradecer la acogida que recibieron sus padres y abuelos en una tierra que se convirtió en su patria, y sobre todo la de sus hijos y nietos, muy poco tiempo después de su llegada. Los tiene incluso Trump, que ha olvidado sus orígenes y ahora construye vallas para evitar la llegada de inmigrantes, manda al Ejército para que la impida y ha separado a millones de niños de corta edad de sus padres.

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Los europeos sabemos muy bien, porque lo hemos experimentado nosotros mismos, que los inmigrantes de ayer son ciudadanos de hoy, aunque a veces, como a Trump, nos falle lamentablemente la memoria. Esos jóvenes que consiguen llegar exhaustos a nuestras costas son una riqueza, un capital humano en la terminología economicista, digno de agradecimiento. No hay futuro sin jóvenes que trabajen y tengan hijos. Su presencia es un beneficio para quienes les reciben y una pérdida para sus países, que no podrán contar con su energía y con su talento.

No es fácil la tarea que unos y otros tenemos por delante. Hay que controlar y gestionar los flujos migratorios. Hay que hacer políticas democráticas e inspiradas en los derechos humanos. Y no caben todos, es cierto. Por eso hay que evitar, sobre todo, que la demagogia saque partido de las dificultades y sea el lenguaje del odio, en vez del agradecimiento, el que conduzca la conversación política sobre los desplazamientos de poblaciones. Europa debiera celebrar también su Día de Acción de Gracias: porque unos llegaron, porque los otros les acogieron.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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