Villagers, el gran símbolo musical de la nueva Irlanda arcoíris
Su líder, Conor O’Brien, activista LGTBI y candidato al Mercury, emprende su primera gira española. Aquí nos habla de homofobia, catolicismo, las ventajas de afeitarse y el vino de uva tempranillo
El pasado 30 de junio, Conor O’Brien, líder absoluto y único integrante estable de Villagers, se encontraba en Varsovia (Polonia) ofreciendo un concierto en un club local y grabando diversas apariciones televisivas. La conquista de un nuevo mercado siempre supone una magnífica noticia para un artista joven, pero una parte de él suspiraba por no encontrarse allí, sino en su recién estrenado apartamento en el centro de Dublín.
Aquella misma tarde tenía lugar el desfile del Orgullo Gay en pleno corazón de la capital irlandesa y las panorámicas aéreas que le iban llegando a O’Brien a través del móvil eran impactantes. “¿Las viste tú también?”, interroga el músico al entrevistador. “Era algo apoteósico, histórico. Han hablado de 80.000 asistentes. Ya sé que en Madrid el Orgullo es un acontecimiento de dimensiones internacionales, que en eso nos sacáis años de ventaja. Pero hablamos de que en Dublín somos apenas medio millón de habitantes. Y no sé cómo me las apaño para que los grandes eventos LGTBI no me pillen en Irlanda, porque a cualquiera le gusta saberse testigo de un evento histórico”.
Sabe bien O’Brien de lo que habla. Y no exagera. Las celebraciones de este año en Irlanda conmemoraban el 25 aniversario desde que las relaciones homosexuales desaparecieron de su código penal, y el tercero de la aprobación en referéndum, por muy amplia mayoría, del matrimonio igualitario. “Tengo 34 años, que no son tantos”, relata O’Brien, “y aún viví en primera persona los tiempos en que los profesores explicaban en la escuela que los homosexuales eran hijos de Satán. Y sí, claro que también he sufrido acoso fuera y dentro de las aulas. Ahora, cerca de mi apartamento es fácil ver a chavales de 17 o 19 años paseando tranquilamente cogidos de la mano. Y piensas: ¡guau, cómo han cambiado las cosas, esto es fabuloso!”.
“La iglesia católica lo controlaba todo en Irlanda, y eso me volvió escéptico, incluso cínico en lo relativo a cualquier expresión de espiritualidad”
Por ese mismo motivo, Conor también fue muy receloso sobre todo lo relativo a la religión. “La iglesia católica lo controlaba todo en Irlanda, y eso me volvió escéptico, incluso cínico en lo relativo a cualquier expresión de espiritualidad”. Muy lejos de aquel desdén, Villagers abre su flamante cuarto álbum, The art of pretending how to swim, con un tema de regusto electrónico, Again, cuyos primeros versos rezan así: “He encontrado de nuevo / un espacio en mi corazón, de nuevo / para Dios, de nuevo / en forma de arte, de nuevo”. “Soy un ser humano y no quiero renunciar a esa parte de mí”, argumenta el músico irlandés. “Porque la espiritualidad me incumbe, aunque ya no sea a partir de los cánones de ninguna religión concreta”.
The art of pretending to swim es el hilo conductor de la primera gira española, por fin, de Villagers, después de que dos de sus tres álbumes anteriores fueran finalistas al Mercury, el muy prestigioso premio anual al mejor disco británico. Y representa la otra cara de la moneda de Darling arithmetic (2015), un trabajo sobrio e intimista, de belleza casi taciturna. El cambio es tan drástico que O’Brien, que lucía por entonces una barba hipster muy tupida, ha optado ahora por un afeitado radical. “El cambio de imagen se me ocurrió hace unos meses, de gira por Japón”, desvela, divertido. “A los japoneses no les gustan, por lo general, los tipos con barba. Desconfían de ellos. Por eso los Arctic Monkeys siempre serán allí más populares que Mumford & Sons. Era mi primera vez en el Lejano Oriente y pensé que se trataba de una buena ocasión para aplicarme a fondo con la afeitadora…”.
Otro cambio reseñable es el geográfico. O’Brien se ha mudado a la capital después de 12 años ininterrumpidos en una casa de campo en Mallahide, un paraíso campestre 16 kilómetros al norte de Dublín. “Allí abría las ventanas y solo veía vacas y pajaritos. El silencio era intenso, porque la presencia humana es, digamos, escasa. Ahora, en el corazón de la ciudad, se multiplican los motivos de distracción, lo que resulta divertido… y peligroso”. Por eso Conan prefiere aplicarse una austeridad casi espartana para el trabajo. Se levanta pronto y comienza a probar letras y músicas en su escritorio, por aquello de aplicar la máxima de Picasso según la cual la inspiración existe, pero ha de sorprenderte trabajando. “Con todo, aún no he superado ese miedo constante a que llegue el día en que no sea capaz de escribir una canción más”, se confiesa. A veces, cuando pasan las semanas sin nuevas ideas, siente sudor frío. “Pero al final siempre encuentro algo. Incluso hay veces que descubro en notas de voz grabadas en el móvil, casi sin ser consciente, a las cuatro de la mañana…”.
Puede que esa mudanza del campo a la ciudad explique en parte el desparpajo de The art of pretending…, donde se aúnan arrebatos electrónicos, inflexiones de soul y algún ritmo casi, casi bailable. “Supongo que me ha salido un disco de celebración, jubiloso”, resume. “Tiendo a verlo como un viaje cósmico por mi cabeza, solo que… sin sustancias”. ¿Ninguna sustancia, Conor? Y el irlandés, tras una risotada, concede: “Solo vino. A veces, demasiado vino. Ayuda al proceso creativo. Y después de descubrir el tempranillo español, creo que me van a ir aún mejor las cosas…”.
Villagers presenta ‘The art of pretending to swim’ el lunes 19 de noviembre en la sala Changó Club de Madrid y el martes 20 en la Razzmatazz de Barcelona
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