Forjar la identidad política europea
Para recuperar el pulso, la Unión Europea tiene una y solo una posibilidad: crear una Europa política sólida con las naciones dispuestas a profundizar el proyecto común
Varios casos ilustran el desamparo actual de la UE. El acuerdo entre Gran Bretaña y la UE no constituye una victoria para los proeuropeos, y tampoco para los antieuropeos. Únicamente pretende evitar que el barco de los dos protagonistas naufrague hoy y ahora, pues no se puede asegurar que vaya a llegar a un puerto seguro, creando un estado de incertidumbre sobre las relaciones futuras después de 2021. Es lo máximo que Theresa May ha podido conseguir, aunque sea probable que pronto se hunda en él. Para la UE, deja claro que el precio para salir de ella será siempre alto.
El problema de fondo del Brexit no es meramente mercantil ni solo técnico: es fundamentalmente geoestratégico y político. La negociación ha sido despiadada no solo por la defensa de los intereses europeos, sino porque es una parte muy simbólica del relato europeo que se ha desagregado con el referéndum británico. Consciente de ello, Theresa May ha buscado una salida blanda, en condiciones muy difíciles tanto internas como externas. Al mismo tiempo, Michel Barnier, negociador europeo, ha actuado con responsabilidad y cautela, pero ahora empieza lo más duro. En Gran Bretaña como en la UE pueden surgir sorpresas pues el diablo se esconde siempre en los detalles.
Otras urgencias para la UE: los países del grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia) manifestaron reiteradamente, desde 2015, su voluntad de transgredir toda solidaridad respecto de la acogida de refugiados y, en esa medida, la UE les anunció represalias financieras (el Gobierno alemán planteó recortar los fondos estructurales correspondientes); sin embargo, nada ocurre, pero aparece un nuevo espectro: la renacionalización de la política migratoria común. Y, como telón de fondo, la vulneración de los derechos humanos en Italia, Polonia, Hungría y ahora Bucarest. Tampoco cabe ignorar el desafío italiano respeto a su déficit presupuestario, asunto de envergadura, pues se refiere a la cohesión monetaria.
Esta situación se agrava aún más en un contexto en el que Estados Unidos, que tiene aliados fieles en el mismo seno de la UE, se está volviendo hostil. Francia y Alemania proponen al unísono la construcción de una política europea de defensa, pero es más fácil decir que hacer. Es un viejo sueño europeo, imprescindible no solo para conseguir una política exterior común, sino también para lanzar una política industrial europea de armamentos, condición previa de la autonomía estratégica. Donald Trump ataca porque eso significaría que los europeos dejasen de comprar armas a su industria.
Todos estos supuestos, y otros que se están incubando, demuestran que la UE como entidad supranacional está, sino tocada, por lo menos seriamente desorientada. Para detener esta dinámica destructora y recuperar el pulso, la Unión Europea tiene una y solo una posibilidad: crear una Europa política sólida con las naciones dispuestas a profundizar el proyecto común y transformar el espacio económico europeo, que no impide los nacionalismos recurrentes, en un bloque geopolítico, capaz de existir frente a los grandes conjuntos mundiales. En una frase: forjar una identidad política común.
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