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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Defensa de la tolerancia

La idea de un Ejército europeo es sensata, pero no si tapa otras necesidades

La canciller alemana, Angela Merkel, junto a presidente de Francia, Emmanuel Macron.
La canciller alemana, Angela Merkel, junto a presidente de Francia, Emmanuel Macron.GONZALO FUENTES (AFP)

La canciller alemana Angela Merkel planteó esta semana en el Parlamento de Estrasburgo la creación de un Ejército europeo, una propuesta razonable en el actual contexto de declive del orden liberal en el mundo, siempre y cuando no suponga menoscabo alguno del histórico papel de la Unión como agente transformador de la globalización. La capacidad militar y el uso de la fuerza de un futuro Ejército europeo sólo podría justificarse en defensa de la lógica de la multilateralidad que ha definido hasta la fecha la política exterior europea: la apuesta por un mundo basado en la cooperación, el imperio de la ley democrática y el diálogo entre pares. La legítima propuesta de Merkel, siguiendo a su homólogo francés, no debería servir, sin embargo, para atenuar la imperiosa necesidad de otras reformas igualmente urgentes: completar la zona euro, desarrollar por fin su dimensión social y crear normas solidarias en materia de migración y asilo. Solo así puede cobrar sentido hablar, como hizo Merkel, de la solidaridad como núcleo de nuestra fortaleza y de lo que la canciller calificó como “el alma de Europa”.

Editoriales anteriores

Ovacionada como pocos líderes a su entrada en el Parlamento, la ya emblemática canciller alemana ha sabido ganarse el respeto de sus más enérgicos adversarios. Sin embargo, su legado aún está por escribir, y la propia Merkel sabe que el relato de su larga estancia en el poder puede depender en cierta medida de lo que sea capaz de lograr a partir de ahora. Es por eso que se reivindicó como líder moral y garante de la estabilidad de la Unión, apelando al principio de tolerancia como el fundamento del espíritu europeo, pero también de la necesidad de un sistema de fuerza coercitiva ahora que la histórica protección norteamericana no parece garantizada. En sus propias palabras, en un mundo definido por sus fulgurantes cambios, sólo la tolerancia nos permite “entender los intereses y necesidades del otro tan bien como los propios”. Fue así cómo conjugó dos lógicas aparentemente enfrentadas: la de la fuerza en defensa de la tolerancia. Ambos impulsos, la posibilidad de coerción y los valores cosmopolitas de la democracia, modularían así el proyecto de la Unión frente a un mundo que se parece cada vez menos a lo que Europa representa. En un orden dominado por el realismo político, apostar por un marco de seguridad común sin olvidar los principios constitutivos de la Unión parece el camino a transitar para poder avanzar en la integración europea.

Se trata, en todo caso, de una senda conocida. Los intentos por construir un Ejército europeo formaban parte del horizonte de integración en materia de defensa desde los lejanos tiempos de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, y no deja de ser paradójico que una iniciativa que fue frenada entonces por un De Gaulle que caminaba hacia el mito, haya sido rescatada por Macron, quien busca indisimuladamente igualarse con el viejo general francés mientras sigue el camino trazado en el Tratado de Lisboa y el sistema de Cooperación Estructurada Permanente en materia de seguridad y defensa (PESCO).

Todo ello, unido a un contexto en el que el Brexit y la elección de Trump han profundizado la división entre atlantistas y europeístas y ha ido imponiendo progresivamente una nueva visión de la integración basada en la autonomía estratégica. La feroz competencia entre las grandes potencias parece imponer una lógica de poder duro en las relaciones geopolíticas, algo que exige de la Unión una respuesta homologable, pero sin olvidar que su verdadera autoridad procede del llamado “poder blando”: el lenguaje de la diplomacia, el comercio y la cooperación.

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