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Columna
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Trump arrinconado

Nada está escrito, pero resulta difícil imaginar cómo un partido republicano rural, masculino y blanco puede consolidar democráticamente su poder en el medio plazo

El presidente de EE UU, Donald Trump, en Washington, el pasado 13 de noviembre.
El presidente de EE UU, Donald Trump, en Washington, el pasado 13 de noviembre. Evan Vucci (AP)

Las elecciones legislativas en Estados Unidos han traído malas noticias al presidente Trump. Los republicanos han logrado mantener una exigua mayoría en el Senado, pero en las elecciones a la Cámara de Representantes, en las que votaba todo el país, los demócratas van a acabar siete puntos por delante y con una mayoría de treinta congresistas. Es cierto que en estas elecciones los americanos suelen castigar al presidente, pero este castigo está entre los mayores, y es especialmente sorprendente teniendo en cuenta que se produce con una coyuntura económica especialmente buena. El que las encuestas anticiparan este resultado no debería hacernos minusvalorar su importancia.

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La victoria demócrata ha ido acompañada además de una participación histórica, la más alta en estas elecciones en un siglo. Un éxito de la resistencia. No sabremos qué lectura nos ofrecerán esta vez los teóricos de las políticas de identidad, pero la realidad es que los demócratas han logrado, simultáneamente, movilizar a jóvenes, mujeres y minorías y mejorar especialmente sus resultados en las zonas industriales en declive, los suburbios, y entre los votantes blancos que le dieron la victoria a Trump hace dos años. Los republicanos salvan los muebles gracias a su hegemonía en la sobrerrepresentada América rural.

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Tanto o más importante, la agenda progresista avanza. Incluso en la América más conservadora, la ciudadanía ha votado de manera abrumadora por fuertes aumentos del salario mínimo (en Arkansas subirá un 30% en los próximos tres años; en Misuri, un 50% en los próximos cinco) y a favor de expandir la sanidad pública, a pesar de la oposición de las élites republicanas locales. El gobernador de Wisconsin, famoso por su hostilidad hacia los sindicatos, ha sido derrotado por un maestro. En Florida se ha reestablecido el derecho al sufragio al millón y medio de ciudadanos con penas cumplidas (un 20% de la población negra estaba así excluida del voto). Y el discurso contra la inmigración no avanza.

La imagen que nos dejan estas elecciones es la de un Trump impopular, incapaz de crecer en ninguna dirección y con dificultades para mantener la precaria coalición de votantes acomodados y precarios que le llevó a la Casa Blanca. Nada está escrito, pero resulta difícil imaginar cómo un partido republicano rural, masculino y blanco, puede consolidar democráticamente su poder en el medio plazo.

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