Familias
Sólo quien busca una solución, con ambición y magnanimidad, sin ponerse una venda ni negar las evidencias, termina encontrándola
Ahora que tanta gente menciona la sentencia de La Manada a propósito de los líderes independentistas encarcelados, recuerdo que en aquel caso la Fiscalía pidió más de 20 años de cárcel para los acusados y se opuso a su libertad bajo fianza. Más allá de este dato, que no sirve para sostener analogías, pero establece la precipitación de casi todas las reacciones, lo que estamos viviendo recuerda mucho a ciertas crisis familiares. En casi todas las familias alguien comete un error grave antes o después. En casi todas hay un adolescente que consume drogas, una adolescente que se queda embarazada, una estudiante que se niega a entrar en la universidad, un joven atado a una videoconsola que se pasa la vida en el sofá, jugando mientras bebe cerveza. En esas circunstancias, las familias se dividen siempre en dos bandos, con suerte en tres. Por una parte gritan los que pretenden solucionarlo todo echando al culpable de casa. Por otra parte gritan los encubridores, dispuestos a culpabilizar a cualquiera para absolver a sus hijos de los errores que nadie más ha cometido. Por último, cuando hay suerte, algunos padres o madres son capaces de reconocer la naturaleza y las dimensiones del problema, sin dedicar a la revisión de las culpas ni un solo segundo del tiempo que necesitan para encontrar soluciones. La mano dura es egoísta, porque garantiza la tranquilidad de los mayores a costa de la ruina de los jóvenes. La mano blanda es estúpida, porque perpetúa el sufrimiento de unos y los errores de otros. Solo quien busca una solución, con ambición y magnanimidad, sin ponerse una venda encima de los ojos ni negar las evidencias, termina encontrándola. Y unos años después, nadie se acuerda de lo mal que lo pasaron todos. Ojalá.
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