Asaltar la realidad
Es ahora cuando esta década empieza a pasar factura política
Dice Pablo Iglesias en el libro Nudo España que publica Arpa de sus conversaciones con Enric Juliana, que “una de las cosas que nos sorprendía de nuestras encuestas internas era, que en realidad, las exigencias de nuestro electorado muchas veces son más modestas que nuestros propios planeamientos programáticos”.
La cita me vino a la cabeza al anunciar Merkel su marcha y recordar el comienzo de la crisis. Cómo veíamos crecer el paro, bajar salarios, emigrar a los jóvenes, congelarse las grúas en el horizonte, cerrar fábricas de puertas y comercios de barrio, hacer cajas de resistencia familiar para hermanos o amigos que se habían comido ya los ahorros y no encontraban trabajo. Los periodistas nos preguntábamos cómo no había más conflictividad social. Y nos lo preguntaban con más asombro todavía los colegas extranjeros. Es el miedo, nos decíamos, y los brazos amorosos de la familia mediterránea que sostienen todo. En realidad, la respuesta la teníamos en nuestro propio gremio, donde vimos caer a tantos sin hacer apenas ruido.
Probablemente, la mayoría de los que entonces perdieron trabajo, salario o expectativas no aspiraba a cambios radicales. Hubiera bastado un horizonte, o líderes claros y sinceros, o por lo menos respeto y que no les espetaran que habían vivido por encima de sus posibilidades los mismos que le habían metido por los ojos sus créditos y sus productos de consumo. Muchos de ellos made in Germany. La primera gran muestra de la indignación, el 15-M, fue una enorme convulsión pacífica que creó más debate y reflexión que problemas de orden público. Y aún así, gobiernos y partidos reaccionaron con histeria a la aparición de nuevos actores políticos y sociales. “¡Quieren cargarse el sistema!” gritaban los que ya se lo habían cargado por acción u omisión.
Una década después, la globalización sigue sin gobernanza y la percepción de desigualdad crece. Incluso donde entonces se aplicaron recetas más eficaces como Estados Unidos. En Europa, dicen que Merkel salvó el euro pero la austeridad a ultranza y la propaganda contra los manirrotos del sur inoculó desconfianza, insolidaridad territorial y miedo al otro. Y no digamos ya, si el otro viene cruzando el Mediterráneo como emigrante o refugiado. Ahora toca confiar en que, como dice José Mujica sobre el triunfo de Bolsonaro “no hay derrota definitiva”. Porque es ahora cuando esta década empieza a pasar factura política.
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