Frivolizar el golpismo
Casado, en lugar de dejar que el presidente se cociera en sus veleidades, ha preferido el ruido
Hay un argumento, en clave de humorada, que circula por WhatsApp: los socialistas, al comprender que el destino les había sonreído poniéndoles a Casado como líder de la oposición, decidieron aflojar la presión judicial por el escándalo de su currículum para evitar el riesgo de que dimitiese. De creer en las encuestas, eso habría sido un acierto. Claro que quizá sea mucho creer, sobre todo si se trata del CIS precocinado de Tezanos. En todo caso, no hay señales de que esté despegando la apuesta de Casado por la reaznarización del PP apelando al imaginario de la derecha más genuina; eso que llaman centroderecha, con el eufemismo de Arriola. De momento, eso sí, la falta de respuesta demoscópica solo le lleva a subir la apuesta. Esta semana, su ¡váyase, señor Sánchez! ha consistido en llamar golpista al presidente. Para los suyos, el discurso le equipara a Cánovas del Castillo... en fin, una semana más, y lo llamarán el Cicerón de Palencia.
Casado se equivoca, y no solo por atraer todos los focos hacia esa polémica beneficiando al presidente el día que se tragaba el sapo saudí y además se desdecía del delito de rebelión y de las cuotas para los autónomos. En mayo, Sánchez decía “creo que clarísimamente ha habido un delito de rebelión”. Así que a él le ha venido de perlas el ruido, porque las rectificaciones del voluble inquilino de la Moncloa van camino de leyenda. O Sánchez ha visto la luz tras caerse de un caballo, como Saulo, o hace honor a su fama de veleta con cambios de rumbo cada vez más impúdicos según sople el viento. Pero Casado, en lugar de dejar que el presidente se cociera en sus veleidades, ha preferido el ruido llamándolo golpista.
Por principio, no hay que alarmarse demasiado con los exabruptos. La política es para gente con espolones. Quizá exagerase Boadella al definirla como un pudridero que se dirime por la resistencia de cada cual a la descomposición irremediable, pero a menudo hay que bajar al barro. De derecha a izquierda, de Rufián a Hernando, el arco parlamentario está lleno de jabalíes, según la vieja clasificación de Ortega. Pero acusar de golpista al presidente es un juego peligroso. No por lo que tiene de retórica tabernaria, de mero matonismo faltón, sino por la frivolización que supone del propio golpismo. Quizá Casado crea, como Trump, que “a veces vale la pena ser un poco salvaje”; pero no vale todo por tacticismo.
Frivolizar el golpismo en definitiva devalúa el golpismo real. Gastar la palabra en fuego de fogueo es rebajar su entidad. Esta semana recordaba Moscovici, a propósito de la gracieta de un salvinista, los riesgos de la banalización simbólica. Para quienes creemos, al margen de la tipificación penal, que el procés era golpismo político, según la definición de Kelsen, al desafiar el orden constitucional —beneficiado por la torpe gestión del Gobierno Rajoy desde 2012 a 2017— llamar a Sánchez golpista es una acusación gratuita que desgrava aquello. Negociar los presupuestos con Esquerra es pisar brasas, sí, pero no golpismo; y frivolizar eso es el mejor modo de servir a los golpistas al anecdotizar la cuestión como hacen ellos.
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