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Columna
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Mercados invisibles

Las soluciones de peor calidad acabarán en manos de aquellas personas que disponen de menos recursos para buscar alternativas en otro lugar

Jorge Galindo
Grupos de migrantes descansan en el deportivo Jesús Martínez Palillo, en Ciudad de México (México).
Grupos de migrantes descansan en el deportivo Jesús Martínez Palillo, en Ciudad de México (México). José Méndez (EFE)

A la derecha le gusta presumir de su capacidad para gestionar la economía. Ellos la entienden, afirman.Comprenden sus conceptos básicos, empezando por los mercados y su eficiencia para asignar bienes, los aplican de forma realista y desapasionada, sin hacerse demasiadas ilusiones con qué puede y qué no puede controlar el Estado.

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Por eso es tan llamativo que al mismo tiempo se empeñen en intervenir fuertemente, prohibir incluso, el funcionamiento de ciertos mercados. Tomemos la migración, por ejemplo. La demanda por emigrar es enormemente inelástica. En otras palabras: no depende mucho del precio que impongamos al acto de emigrar. Normalmente, la gente no se va de su país por un capricho de un día. No es tanto una forma de mantener ciertas comodidades como de buscar una manera viable de vivir tu vida, y la de los tuyos. Si no, nadie se uniría a una marcha de miles de kilómetros a través de Centroamérica, ni abordaría un barco inseguro en un mar hostil. Otro ejemplo: tampoco se sube una mujer en un avión, o se mete en un autobús o un tren, para llegar a un país extraño a practicarse un aborto para así poder mantener un “cierto estilo de vida”. Ni busca clínicas clandestinas en rincones inhóspitos de su propia ciudad para salvaguardar sus “diversiones egoístas”.

Dados los costes asociados, independientes de la regulación vigente, la decisión de dejar tu casa o de perder la posibilidad de tener un hijo es una que tomas cuando no te queda otra salida. Entonces acudes a una suerte de mercado para adquirir ese, por mantener el lenguaje económico aséptico, producto. Podemos discutir de qué manera damos acceso a estos bienes, pero restringirlo fuertemente como propone la nueva derecha en cada vez más países solo va a crear un mercado negro, invisible. En él, las soluciones de peor calidad acabarán en manos de aquellas personas que disponen de menos recursos para buscar alternativas en otro lugar.

La pregunta correcta no es cuánto queremos reducir la demanda de estos bienes, sino si estamos dispuestos a permitir que quienes los van a consumir igualmente lo hagan en condiciones precarias. Todo, a cambio de que el resto nos podamos sentir (engañar) menos responsables de su provisión. En esto, paradójicamente, la izquierda tiene una posición más realista, desapasionada, ausente de falsas ilusiones de control sobre los mercados, que la derecha conservadora. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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