Un proyecto nacional dependiente de Europa
El lobo del Brexit está en la puerta y viene en forma de posible salida descontrolada: un horizonte absolutamente dramático para empresas, ciudadanos y países
Una y otra vez se ha venido anunciado el fracaso en las negociaciones del Brexit. Una y otra vez se ha anunciado que venía el lobo. Han pasado más de dos años desde que el referéndum del Brexit tuvo lugar y el lobo sigue sin llegar (todavía). Pero cuidado, hay una fecha en el horizonte que es prácticamente inamovible: el 29 de marzo de 2019. A partir de entonces se habrá materializado con toda probabilidad la salida británica de la UE. El lobo ya está en la puerta y viene en forma de posible salida descontrolada: un horizonte absolutamente dramático para empresas, ciudadanos y países. Solamente quedan dos meses para evitar el abismo. Más allá de diciembre no será posible acordar nada que luego dé tiempo a aprobar tanto en el Parlamento Europeo como en el británico. Con todo, en el caso de que haya acuerdo, seguiremos teniendo más capítulos de tensión, que bien pudieran acabar desembocando en nuevas elecciones o, incluso, en un segundo referéndum.
Llegados a este punto es necesario subrayar un elemento fundamental, aunque resulte del todo evidente en España: la Unión Europea no es solamente un proyecto económico, sino que se trata asimismo de un proyecto político, con valores compartidos, con pasado, presente y, sobre todo, un futuro común. Ya lo decía Robert Schuman en su declaración de 1950: “Europa no se construyó y hubo la guerra. Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho”. Y ya lo dice el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea: “La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres”. Comparar a la UE con la URSS, como hizo Jeremy Hunt, ministro de Exteriores británico, en la reciente conferencia de su partido está, por tanto, absolutamente fuera de lugar.
Los británicos deben dejar de pensar que pueden jugar al “divide y vencerás” con la UE
Pero centrémonos en el caso español. Para España, el proyecto político europeo es esencial. Uno puede afirmar sin temor a equivocarse que, incluso, forma parte del propio proyecto nacional español, al menos desde el fin de la dictadura. El año de la entrada en la entonces Comunidad Económica Europea, 1986, fue celebrado como el momento en el que, por fin, se conseguían dejar atrás varias décadas de aislamiento. Europa era apoyada de forma transversal: de izquierda a derecha, de partidos nacionales a nacionalistas. Élite y pueblo ansiaban dejar atrás el eslogan franquista: “Spain is different”. Tras conseguirlo, el ingreso en el club vino acompañado del asentamiento de la de la democracia, la creación de un verdadero Estado del Bienestar, un progreso material indiscutible y el alineamiento con los valores sociales más avanzados. Para un país como España, con una autoestima tradicionalmente baja, Europa era un soplo de aire fresco. Así pues, no resulta extraño que la valoración del proyecto comunitario (eurobarómetro tras eurobarómetro) siga siendo muy positiva entre los españoles, a pesar de la dureza con la que la reciente crisis económica ha golpeado el país.
Por ello, es esencial no sobreestimar la importancia de las consecuencias económicas del Brexit, al menos en el caso español, a pesar de lo estrechas que son las relaciones entre España y el Reino Unido. Según datos de 2016, Reino Unido es el segundo país inversor en España, siendo también el segundo país en stock de inversiones procedentes de España. De igual forma, en 2017, Reino Unido fue el tercer socio para las exportaciones españolas de bienes y servicios. A todo ello hay que añadir los más de 18 millones de turistas británicos que visitaron nuestro país (también en 2017) o los miles de españoles que viven en el Reino Unido y viceversa (único caso en toda Europa donde viven más británicos en un país de la UE27 que al contrario).
Sin duda alguna, las cifras citadas son importantísimas. Pero más importante es que los árboles nos dejen ver el bosque. Ni todos esos números ni el contencioso de Gibraltar (tantas veces mencionado desde Londres, aunque España esté ahora más centrada en reequilibrar la desfavorable situación en el Peñón que en la cuestión de la soberanía) harán nunca desajustar la posición española respecto de la comunitaria. La confianza en el negociador de la Comisión, Michel Barnier, es máxima. Y seguirá siendo así hasta el final. Los 27 (incluida España) se han unido férreamente una vez se establecieron las líneas rojas a no sobrepasar. Un reflejo más de esto se ha visto durante la Cumbre de Salzburgo. Los británicos deben dejar de pensar que pueden jugar al “divide y vencerás” con la UE. Con España, al menos, no lo conseguirán. ¿Por qué? Es meridianamente simple: Europa es demasiado importante para nuestro país. El proyecto nacional español está en juego.
Salvador Llaudes es investigador del Real Instituto Elcano.
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