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Las novias ‘millennials’ no quieren ser Cenicienta

Comodidad para bailar y minimalismo triunfan entre los trajes de las contrayentes más jóvenes, que buscan mostrar carácter y huir de los formalismos

Dos ejemplos de vestidos minimalistas, a los que muchas 'millennials' acuden.
Dos ejemplos de vestidos minimalistas, a los que muchas 'millennials' acuden. Sophie et Voilà / El Tocador Vintage
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El tradicional vestido de novia, con largas colas y repleto de encaje, pedrería, transparencias y bordados, ya no convence a las millennials, etiqueta que engloba a los nacidos entre 1982 y 2004. Cada vez más, las mujeres evitan convertirse en princesas de cuento y priman la naturalidad. El sector se está adaptando a esta nueva filosofía. “Las clientas de ahora tienen un estilo muy personal, saben lo que quieren, leen revistas de moda, están al día sobre tendencias y siguen a influencers internacionales”, explica Sofía Arribas, directora creativa de la firma de alta costura Sophie et Voilà, que acaba de inaugurar una tienda en Madrid orientada a “mujeres contemporáneas y con personalidad”. Y añade: “Estamos en un momento en el que las novias ya se alejan de Disney y dicen: ‘quiero ser yo’. Nos encontramos con novias que ya no quieren ser Cenicienta. La mujer de ahora quiere verse ella, quiere sentirse sexy, quiere verse portada de revista. Como siempre, pretende que le guste a su familia, a su novio y sus amigos, pero por encima de todo quiere que le guste a ella”.

Según su experiencia, las mujeres que en su día a día visten vaqueros y zapatillas, y están acostumbradas a un estilo casual, no se sienten cómodas con los diseños recargados. Por eso, y porque no desean sentirse disfrazadas, en su firma se han especializado en cubrir un “vacío de mercado que requería una respuesta”. Crean diseños con "un aire minimalista, sobrio pero femenino y chic, con líneas muy rectas, muy limpias, pero siempre femeninas”. “Lo más importante es que reflejen que quienes los lucen son mujeres reales con un carácter detrás”, sostiene Sofía Arribas.

Aunque no habla de un cambio radical, Arribas cree que se buscan vestidos diferentes y, más allá de los diseños. Por ello es necesario que el modo de trabajo se adapte a la vida millennial. Las omnipresentes pantallas y la inmediatez también han dejado huella en el sector.

Hojear el tradicional catálogo es algo obsoleto para esta generación. Para dar respuesta a los nuevos tiempos, han instalado una gran pantalla interactiva donde se puede ver a una modelo con los vestidos a tamaño real. Allí proyectan los diseños en un iPad gigante además de generar un intercambio constante de los bocetos a través del correo electrónico. “Todo es digital, al igual que la vida del día a día a la que estamos acostumbradas”.

Una condición fundamental para elegir el traje es el presupuesto, y además de las opciones de alta costura, también han surgido nuevos negocios especializados en diseños más económicos o de segunda mano. Es el público al que se dirige El Tocador Vintage, una tienda pequeña ubicada en el centro de Madrid cuya diseñadora y propietaria, Aída Gómez, sabe desde hace ocho años que las novias actuales son, ante todo, prácticas. “Ahora, se prefiere no gastar tanto en el vestido y gastar más en la celebración, en interactuar, en divertirse, en el viaje, en tener detalles con los invitados y, en definitiva, en disfrutar”, cuenta. El cambio más importante es que el vestido ha pasado de ser lo más importante y el símbolo principal de la boda a ser un elemento más. “Muchas tienen muy presente que el traje es solo para un día”, explica Aída Gómez. Por eso, ahora se piensa en el conjunto y se intenta economizar en cada detalle, teniendo en cuenta que el vestido es fundamental, pero no es lo único”.

Su negocio abrió en plena crisis con una sección de vestidos de segunda mano seleccionados de determinados diseñadores. También crean su propia colección, más exclusiva, con prendas caracterizadas por la sencillez, el requisito más solicitado. “Trabajamos con un estilo muy sencillo, con un aire moderno y casual. Lo que más nos piden es un vestido con falda lisa, cuerpo de encaje y espalda descubierta”. Gustan los detalles originales para sentirse diferentes, y hay desde aires surferos —que incluyen detalles de trenzas— hasta encajes de algodón y estilo ibicenco. El presupuesto medio está en torno a los 1.000 euros, y la diseñadora no duda del motivo. “Si las novias destinan menos dinero al vestido se debe sobre todo a un cambio de actitud y de pensamiento, a un concepto diferente de entender las bodas. El vestido importa, pero hay mucho más”.

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