Impuestos a los mendigos
He leído con asombro que la Comunidad de Madrid exige a los mendigos una declaración jurada de sus ingresos mensuales en la calle para descontarlos de la renta mínima de inserción. Como médico internista, en mis paseos solitarios por las calles céntricas de Madrid, he avistado, registrado y analizado las vidas de 85 mendigos en los relatos de sus cartones callejeros, que nadie mira ni ve. En sus hachazos biográficos y desgarros psicológicos destacan: el hambre de los hijos, las enfermedades, la indigencia y extrema pobreza —sin techo, sin trabajo, sin subsidio de paro—, y el rechazo social por la aporofobia. Ante la fría ley, tres ejemplos de la vida. Una anciana sentada en el suelo en Príncipe Pío mostraba un cartón: “Estoy en la calle, mal, los últimos días de mi vida”. En la plaza de Neptuno, una mujer exhibía un cartón colgado del cuello: “Soy una chica ciega, tengo 29 años. No tengo trabajo ni puedo pagar el alquiler de una habitación y necesito ayuda, con ropa, comida, etcétera. Gracias”. En una esquina de Atocha, un mendigo destilaba ironía: “Para un Ferrari”. Si los políticos leyeran la literatura de cartón de los mendigos y escucharan sus gritos desesperados, jamás fiscalizarían la mendicidad. Por favor, lo que necesitan los mendigos es empatía, compasión, justicia y voluntad política para erradicar sus vidas sombrías.
Francisco Javier Barbado Hernández. Madrid.
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