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Cine ultraviolento aclamado por la crítica

Takashi Miike puede que sea el director más prolífico de la actualidad: hasta seis películas por año. Y casi todas tan sangrientas como celebradas por los especialistas

Takashi Miike posa para ICON con la mala cara que se le queda después de que tarden más en servirle un café que él en rodar un largometraje.
Takashi Miike posa para ICON con la mala cara que se le queda después de que tarden más en servirle un café que él en rodar un largometraje.Pep Escoda

¿Es posible hacer películas como churros y contar al mismo tiempo con el beneplácito de crítica y público? Lo es. Takashi Miike (Osaka, Japón, 1960) es a todas luces el cineasta más prolífico de la historia reciente: ha llegado a rodar hasta seis largometrajes por año. “No veo como una proeza haber dirigido cien películas, eso no me hace mejor cineasta que alguien que haya dirigido diez. Lo que importa es la calidad, no la cantidad”, aclara.

Habrá quien argumente que una obra forjada a golpes de katana, ajustes de cuentas entre yakuzas y samuráis que cercenan miembros como quien se corta las uñas no encaja con lo que se suele entender por qualité, pero eso sería contradecir el criterio de los programadores de los festivales de Venecia, Róterdam o Cannes, que le han granjeado hasta 32 premios en sus 27 años como director. En fin, que eso de que la cantidad está reñida con la calidad es una mandanga.

"La identidad cultural de cada país determina que una película sea censurada o no. El cine es negocio, y haber pagado por una cinta legitima a los distribuido-res a que la recorten como estimen a fin de que les salgan las cuentas”

Tras casi una década prodigándose en roles televisivos de baja estofa, su puesta de largo como director llegaría con el advenimiento del V-Cinema (cine de estreno directo en televisión), cuyo bajo presupuesto le permitía soltarse la melena sin tener que rendir cuentas a productores. Su nombre empezaría a sonar con Shinjuku Triad Society (1995), primera entrega de su trilogía sobre la mafia china, que, con todo, no salía tan mal parada: “Tengo especial cariño hacia los villanos de mis películas. No suelo dibujar a malos sin redención, prefiero dotarles de una vis cómica y una cierta discrecionalidad moral. De vez en cuando se portan bien. Eso los hace más humanos, lo que quizá contribuya a la popularidad de mis películas”, argumenta.

La consagración vendría con Audition (1999), un escabroso cuento romántico que le abriría las puertas del mercado occidental y anticiparía la ultraviolencia de la controvertida Ichi the killer, adaptación del manga homónimo que las autoridades británicas consideraron tan abominablemente nauseabunda como para abortar su exhibición en el país. No sería la última vez. Cuatro años más tarde, el canal Showtime decidiría cancelar la emisión de su aportación al proyecto Masters of horror, aunque sí lo incluyó en su edición en DVD.

Ambos títulos le acarrearían vilipendios estupendos, pero (el morbo es así) también terminarían por cimentar su leyenda. No está de más decir que, en estos tiempos de recortes de la libertad de expresión, al japonés la censura le trae totalmente sin cuidado: “Es la identidad cultural de cada país la que determina que una película sea censurada o no. De hecho, diría que todo es una cuestión de números: si hay censura es porque el distribuidor que ha comprado los derechos considera que esa carga de violencia no va a funcionar bien en taquilla. El cine es un negocio, y en mi opinión el hecho de haber pagado por una cinta legitima a los distribuidores para recortar donde estimen conveniente a fin de que les salgan las cuentas”, afirma.

Tampoco le duelen prendas reconocer que, en esto del cine, los avances técnicos distan mucho de ser la panacea: “No es verdad que los gráficos por ordenador reduzcan los tiempos de rodaje. Los nuevos equipos tienen más funcionalidades con las que familiarizarse, y al final lo que hacen es complicarte la vida”.

“Tengo especial cariño hacia los villanos de mis películas. No suelo dibujar a malos sin redención, prefiero dotarles de una vis cómica y una cierta discrecionalidad moral"

Presentada el año pasado en Sitges, Blade of the immortal es su (pen)última criatura, una fábula esteticista en la que reincide en algunos de sus temas habituales: el honor, la venganza y la amistad entre luchadores intrépidos. ¿Acaso la honra es incompatible con el perdón? “El honor y la venganza han estado ligados durante siglos. Hoy en día la violencia no es tan explícita, pero la especie humana es egoísta por naturaleza, lo cual se refleja en la enorme desigualdad entre países ricos y pobres. No tenemos perdón, pero todos lo buscamos”.

Reticente a esgrimir una lectura social de sus películas, hace no obstante un apunte: “En la época feudal, los samuráis lideraban la pirámide social. Aunque sea como sociedades masónicas, hoy en la cima del poder están los yakuzas, que paradójicamente surgieron de aquellos que no pertenecían a ninguna categoría social. Y hay otra diferencia: mientras que los hijos de los samuráis siempre eran samuráis, los hijos de los yakuzas sí tienen hoy un margen para abandonar esta condición”.

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