El responsable del cine violento de Hong Kong
Se crio en una ciudad amurallada en la que no había ni ley ni patria. El director Johnnie To rastrea los bajos fondos para hacer sus películas
Johnnie To (Hong Kong, 1955) creció siendo una gota en el océano. Se crió en la ciudad amurallada de Kowloon, un enclave del gigante asiático en la antigua colonia británica que albergó la mayor densidad de población del planeta hasta su demolición en 1993. Su vida no habría sido muy diferente de la de sus apiñados vecinos de no ser por la profesión de su padre, operario de cine. “Cuando era niño pasaba a buscarle al trabajo para volver juntos a casa. No me estaba permitido interrumpir la proyección, así que para encontrarme con él tenía que pasar por detrás de la pantalla. Desde allí vi muchas películas occidentales. No entendía el audio ni los subtítulos (aún no sabía leer), simplemente procesaba las imágenes. Esta singularidad tuvo una gran influencia cuando empecé a rodar”.
La más evidente sería la sublimación de la máxima que todo aspirante a guionista aprende en su primera lección: contar lo máximo posible a través de imágenes, tratando la palabra como un mal necesario. La expresión natural de esta filosofía es el cine de acción, y a To no se le caen los anillos por reconocerlo: “En mis películas el ingrediente fundamental es la acción. El peso narrativo lo lleva la imagen, que es un lenguaje universal, lo que permite que mi cine sea apreciado en culturas muy distintas”.
El cineasta ha firmado 62 largometrajes, muchos de ellos con distribución y taquilla nada desdeñables en el mercado occidental. Una pica en Flandes para el ciudadano más ilustre de Kowloon, quien, para más inri, rueda sin repetir tomas y, la mayoría de las veces, sin guion ni storyboard. “Siempre tengo una visión clara de lo que quiero contar y también una estructura. Primero decido la música, que define la atmósfera y el ritmo. Pero la inspiración, lo concreto, viene cuando me meto en la escena. Esto puede llegar a ser doloroso para los actores: muchas veces no tienen ni idea de lo que van a interpretar”, explica.
"Cuando estoy frente a un mafioso me siento más distanciado que identificado, pero si quiero sacar algo de él debo tratarle como si fuera un amigo"
A esta vocación de cineasta se suma la de cronista (con amplias licencias artísticas, se entiende) de los tejemanejes del crimen organizado chino. Su título más celebrado, Election, narra la lucha encarnizada de varios capos de bandas rivales por convertirse en el nuevo jefe en su área de influencia. Para forjarla contó con una fuente de lujo: la propia mafia local.
“Acostumbro a hablar con gánsteres reales para escribir mis películas. No es tan peligroso como puede parecer, porque ellos mismos te dan su permiso y no revelan nada que no quieran contar. En estas charlas me interesa sobre todo el aspecto emocional: sus relaciones y esas pulsiones de odio, codicia y poder por las que se guían. Ellos concentran lo peor de la humanidad”. Huelga decir que, en estos peculiares confesionarios, la desconexión psicológica es fundamental: “Cuando estoy frente a un mafioso me siento más distanciado que identificado, pero si quiero sacar algo de él debo tratarle como si fuera un amigo. Son necesarias horas y horas, incluso una noche entera, para conseguir un poco de información. Y también hay que saber cuándo mienten, cosa que hacen a menudo”.
Fruto o no de esta temeraria fijación temática y de su acceso a tan valiosas revelaciones, la independencia ha sido y es innegociable para To. “Rodé mi primer filme en 1988 y fundé mi compañía, Milkyway, en 1996 para evitar las injerencias que había experimentado hasta entonces”.
Poco después llegaría el gran punto de inflexión en la política hongkonesa: la transferencia de soberanía por parte del Reino Unido a China. “Significó un aumento de las oportunidades para el cine local, que de repente se encontraba en un mercado mucho más grande. Pero yo me topé con un nuevo problema: la censura. Por otro lado, ahora es muy difícil conseguir financiación en el propio Hong Kong. Las oportunidades se han trasladado a China, y la narrativa autóctona se ha asimilado a ella. Pese a todo, últimamente se está perfilando una nueva generación de directores hongkoneses con identidad propia. Espero que el futuro nos traiga un cine con diversidad cultural y más posibilidades”.
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