Política Deluxe
No hacía falta que lo jurase: fue en lo único que sonó sincero
Soy consciente de que me estoy jugando el púlpito. Sí, lo sé, estoy a por uvas. Últimamente, hablo más de las Campos y la Obregón y la Pantoja por separado que de Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias juntos. Que estoy perdiendo facultades analíticas ya lo digo yo con pleno conocimiento de causa antes de que algún alma caritativa me señale la puerta. Pero no es solo eso. A ver, no es pereza; bueno, un poco. Ni escapismo; vale, bastante. Ni incapacidad para entender la complejidad de las diversas problemáticas; ok, un huevo. Es, sobre todo, egoísmo. Fuera de esa ciénaga encuentro sapos y culebras más interesantes. Se me dirá que según qué especímenes de la fauna rosa son trileros, oportunistas y chupasangres que no merecen una línea. ¿Hola? ¿De qué estamos hablando? Últimamente, entre faroles, conejos, chisteras, veneno y trapos sucios, el hemiciclo semeja una mezcla de circo, basurero y nido de víboras.
En esas me hallaba, sopesando si opto por la alta política o la baja estofa, cuando el martes se me juntaron los astros y hoy puedo escribir de ambas en el mismo sitio. Lo de Aznar en el Congreso fue un Deluxe de libro. Había que ver y oír al compareciente —soberbio cual Kiko Matamoros con pelazo— perdonándoles vidas y haciendas a los padres de la patria que le inquirían no menos gentilmente por sus vergüenzas, cuales Marías Patiño y Lydias Lozano con el señoría por delante. He visto trifulcas de taberna más elegantes. Que se lo había pasado bomba, dijo el extodo al irse, ebrio aún de su propio ego. No hacía falta que lo jurase: fue en lo único que sonó sincero. Así que, con la venia, seguiré pensándome por dónde tiro; si por lo bajo o por lo más bajo. Porque para mí que hay más alma en el patetismo de las Campos estirándose los colgajos, el desamparo de la Obregón ante el cáncer de su hijo y la impotencia de la Pantoja con su niña pródiga, que en ciertos animales políticos.
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