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Columna
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Nuevos milagros de P. Tinto

La comparecencia parlamentaria de Aznar fue la primera de la historia de España en que un 'runner' acude exclusivamente en calidad de 'runner'

El expresidente del Gobierno José María Aznar en la Comisión de Investigación de la Financiacion irregular del PP en el Congreso.Foto: atlas | Vídeo: Jaime Villanueva (EL PAÍS) / ATLAS
Manuel Jabois

Los días previos a mi divorcio, ocurrido hace tantos años que no me he vuelto a casar no por falta de ganas, sino porque no me acuerdo de cómo se hace, los pasé leyendo las crónicas de la boda de Alejandro Agag y Ana Aznar, que en casa empezaban a tener el aroma de Dorian Gray: por cada invitado suyo detenido ellos rejuvenecían su amor, y el nuestro empeoraba de manera irreversible. Solo al final conseguí que uno de mis invitados acabase yendo al juzgado, si bien como testigo; estábamos sentenciados.

Nosotros hoy sobrevivimos como soldados de fortuna y ellos siguen juntos, 16 años después; como no hay rumores de crisis ni siquiera tienen la obligación de estar diciendo que se quieren todo el rato en Instagram, primera causa de separación en España. Por eso en su comparecencia parlamentaria de ayer, la primera de la historia de España en que un runner acude exclusivamente en calidad de runner, lo que más eché de menos fue el orgullo de padre de José María Aznar cuando Rafael Simancas le dijo que en la boda de su hija había más delincuentes por metro cuadrado que en la boda de Corleone:

—Pero aún se quieren, señor diputado. Podría haber invitado a los Peaky Blinders.

También pasó por alto, Aznar, el hecho de que en la boda de los Corleone quizás había menos delincuentes como invitados, pero la novia fue víctima de violencia machista, el novio vendió a su cuñado, asesinado, y el hermano pequeño de la novia ordenó ahorcarlo en un coche; por si fuera poco, hubo que cambiar la luna del vehículo. Una diferencia más, esta sustancial, es que en la boda de los Corleone la policía va a tomar nota de las matrículas y en la de los Aznar, a protegerlos a todos.

Aznar pasó por alto estas cuestiones, concentrado en la tarea heroica de presentar sus memorias de runner: ni guerra, ni caja B, solo una envidiable forma física que no concede, implacable, ni una cana. Hay que hacer mucho ejercicio para levantar todo lo que dijo ayer; Aguirre ni siquiera evitaba reírse, tal era el calado de las trolas, pero Aznar ha aprendido el arte de la circunspección: suelta medias verdades por la mesa y las mueve hasta conseguir que ninguna pegue con su otra mitad, dando lugar a un disparate sin precedentes que es acogido con euforia por sus fans.

En este tiempo ha rejuvenecido mientras los demás nos estropeábamos sin remedio. No solo él, también sus ideas, en plena forma, y su relación con los micrófonos, que ha consistido siempre en presentarse como un chamán de las sombras, eligiendo los peores ángulos, que en él siempre son los mejores. Ha desarrollado un rictus que debería de patentar: por momentos parece que va a sorber su propia barbilla. Y hoy, con los jefes de su partido entregados a su culto, acudiendo en masa al Congreso para “arroparlo”, que es una acción que en Aznar congela a quien lo intente, el expresidente ejecuta el último número de su particular tour de force con el tiempo: empezar a ocupar el cuerpo de Pablo Casado para mandarlo a él a los 60 años y quedarse Aznar con la treintena, margen suficiente para organizar nuevas bodas e intentar otra vez el milagro económico, la abstención de España en la guerra de Irak y la reconocida honestidad financiera del Partido Popular.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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