_
_
_
_
_
EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Salvini: dime de lo que presumes…

El viceprimer ministro ha despreciado la idea de Italia y durante años ha reivindicado un pasado medieval 'pret-a-porter'

Jorge Marirrodriga
Matteo Salvini, en la conferencia de seguridad e inmigración de Viena, el 14 de septiembre.
Matteo Salvini, en la conferencia de seguridad e inmigración de Viena, el 14 de septiembre. Ronald Zak (AP)

Debe de haber pocas cosas más complicadas que enfadar a un luxemburgués. Este hito lo ha conseguido el líder de la Liga y actual viceprimer ministro de Italia, Matteo Salvini, con su exhibición de demagogia en torno a la inmigración. Salvini dijo que lo ideal era que los italianos tuvieran hijos para que no fueran necesarios inmigrantes que fueran tratados como esclavos. Un razonamiento de tertulia que despertó al ministro de Exteriores luxemburgués, Jean Asselborn, quien recordó el pasado migratorio italiano y terminó con un “¡mierda!”, que debe ser lo más similar que hay en el Gran Ducado a una declaración de guerra.

No merece la pena entrar en el razonamiento, con perdón, de Salvini. A un servidor solo le surge una duda: ¿Significa eso que los inmigrantes son esclavos, que son necesarios esclavos o que Salvini pretende que los italianos tengan hijos esclavos? Chi lo sa. A Salvini hay que entenderlo. Es el líder de un partido que desde su fundación ha despreciado la idea de Italia. Que durante años ha reivindicado un pasado medieval prêt-à-porter donde el norte padano se oponía al incivilizado, atrasado y supersticioso sur italiano. Que elevó el “Roma ladrona” (y donde dice Roma léase Italia) a la categoría de principio político y cuyo entonces líder durante años protagonizó una cursi ceremonia consistente en versar en la laguna de Venecia un frasco con agua del Po. Una versión todo a un euro de cuando el dux de Venecia —que de padano no tenía nada— lanzaba un anillo de oro al Adriático para casar a la Serenísima con el mar.

Y claro, con estos antecedentes, Salvini ahora tiene que ser más italiano que nadie. Es probable que, en su fuero interno, cuando le llaman el pequeño Mussolini no le moleste por lo de pequeño ni por fascista, sino porque el dictador era italiano. Salvini ha protagonizado la versión nacionalista de la frase “estos son mis principios, si no le gustan tengo otros” de Groucho Marx. Dan ganas de darle lo que pide y que nazcan millones de italianos para que acto seguido le hagan una pernacchia a su cuento político medieval.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Mientras tanto, en algún lugar, hay un primer ministro italiano que no es Matteo Salvini. Se apellida Conte. Por favor, no confundir con el gran Paolo que cantaba aquello de “qué ganas tengo de llorar”. Su canción hablaba del desamor y México, probablemente porque no la compuso en 2018.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_