El pueblo y la ciudadanía
Queda lejos del ideal republicano un parlamento silenciado por el Ejecutivo
Hace unos años nadie se hubiera dirigido a los ciudadanos llamándoles “pueblo” porque el término estaba pasado de moda. Sonaba a antiguo. A Suárez, a reforma y a transición. Al lema paternalista del “Habla, pueblo, habla” que exhortaba a participar en el referéndum del año 76. Ahora ya no. El término “pueblo” ha experimentado un revival con el discurso populista, y en él se representa como un colectivo compacto, cuyos contornos se definen contraponiéndose al otro colectivo, el de las élites.
Este cambio, que parece novedoso, supone en realidad un cierto retroceso en nuestra concepción moderna de sociedad. Esta nació cuando se abandonó la creencia de que subyacía un bien común, una voluntad uniforme por encima de los intereses de grupo. Entonces se transitó de la idea de “pueblo” a la de una ciudadanía entendida como una pluralidad de intereses y valores en conflicto, gestionado democráticamente por partidos políticos a través de la negociación y el acuerdo.
Esa idea moderna de sociedades plurales, de intereses en conflicto, no elimina el papel del consenso. Al contrario, la pluralidad se sostiene sobre un acuerdo fundamental respecto a las instituciones que regulan el ejercicio y competición por el poder, sin el cual el conflicto de intereses no podría administrarse de manera pacífica. Así, la pluralidad se sostiene sobre un consenso básico sobre las reglas de juego y el marco institucional para gestionar las diferencias.
En Cataluña, esa relación entre consenso institucional y pluralidad se ha invertido: el consenso se reivindica en los intereses de los ciudadanos, pero se rompe en las instituciones. Mientras el discurso independentista invoca la voluntad unívoca del pueblo catalán, el consenso respecto a las instituciones básicas que regulan el ejercicio del poder se ha malogrado. La unidad que enarbola el independentismo se ha llevado por delante un acuerdo fundamental y más básico: el respeto a las reglas de juego. El Estatuto, el Parlamento y sus leyes. Y cuanto más se debilitan los mecanismos para gestionar el disenso, más necesarios son, porque la división se profundiza.
En la Diada de ayer se reivindicó la república catalana. Pero queda lejos del ideal republicano un Parlamento silenciado por el Ejecutivo. @sandraleon_
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