Instituciones
Su salud no debería depender de la bondad o maldad de quienes las dirigen
Probablemente esta es la palabra favorita de los politólogos. Nos encantan las instituciones. Desde el Gobierno del Estado hasta una agencia independiente como el CIS o RTVE, desde un juzgado hasta una universidad pública, todas ellas conforman el tejido de la política.
Los más optimistas de entre nosotros ven a las instituciones como un mecanismo para resolver problemas, y que vivamos en armonía. Allá donde existe una institución, hay funcionalidad. Pero demasiado bien sabemos que el conflicto es inherente a la condición humana. Así que, siendo realistas, a lo máximo a lo que puede aspirar una institución es a canalizar y ordenar dichos conflictos.
Dicho de otra manera: las instituciones tienen efectos sobre la distribución de poder de personas y grupos que se embarcan en el proceso político. Ellos lo saben, por descontado. Y por eso tratan de diseñarlas o utilizarlas de manera que les facilite la victoria. De pervertirlas, en definitiva, para que el efecto de distribución de poder que tienen las instituciones se produzca a su favor.
Así, nos metemos en terreno resbaladizo: ¿resulta entonces que sólo podemos confiar en personas puras y buenas que no tengan intenciones perversas? Mejor, siguiendo bajo la premisa del conflicto como rasgo inevitable de la sociedad, en lo que tenemos que confiar es en que la competición por el poder produzca un equilibrio razonable, de manera que si un individuo o una facción intenta acumular demasiado en una institución dada, otra responda quitándoselo con sus herramientas.
Este hermoso pero terrible baile se debería producir, por ejemplo, cuando un partido político convierte una universidad en un expendedor de títulos para los suyos. O cuando otro coloniza ciertas agencias en teoría diseñadas para informar de manera independiente a la ciudadanía. También, si un movimiento entero se apropia de los órganos representativos autonómicos. La salud de todas estas instituciones no debería depender de la bondad o maldad de quienes las dirigen, sino (paradójicamente) de la misma aspiración de poder de aquellos que tienen enfrente. Es lo realista.@jorgegalindo
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