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Columna
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El último duelo del pasado

El PP no va a renovarse este fin de semana; nadie cree que, con ese plantel, se inaugure hoy el futuro

Teodoro León Gross
Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado se saludan durante el congreso del Partido Popular.
Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado se saludan durante el congreso del Partido Popular.ULY MARTIN

Lo que hoy elige el PP no es, probablemente, al próximo líder del PP. Como en el caso del PSOE en 2012, se elige al piloto para la transición de un periodo de hegemonía a una travesía del desierto más o menos dura. Tras el zapaterismo, bajo el hundimiento de la crisis, el PSOE se enfrentó a ese dilema: las opciones eran Rubalcaba y Carme Chacón, esto es, un dirigente veterano de la nomenclatura, con un prestigio a prueba de casi todo pero con cierta leyenda de alter-ego de Fouchet, o una dirigente joven de la nueva política líquida, desgastada ideológicamente como icono generacional. El partido se dividió y resolvió por apenas un puñado de votos, poco más de veinte. Rubalcaba amortiguó el desastre electoral del PSOE, sostenido sobre la cota de cien escaños, y le resistió a Rajoy los cara a cara de la herencia recibida hasta que los suyos le dieron el finiquito dos años después. ¿Va a optar por eso el PP? En definitiva la duda es si van a votar, o no, a Soraya Sáenz de Rubalcaba.

Claro que hay una diferencia: incluso quienes se enfrentaban a Rubalcaba, admitían que era patrimonio histórico del partido, y más que nada cuestionaban si su momento había pasado. En definitiva el debate no era sobre su credibilidad, sino sobre su oportunidad. Santamaría está lejos de esa clase de figura, aunque pueda ser la última vestal del marianismo (ese ciclo liquidado por resistirse a hacer la catarsis de la corrupción, más diferida que los pagos a Bárcenas en Génova), y quizá ese sea un factor determinante en el éxito de Casado, porque si hay una fuerza reconocible en el proceso es el antisorayismo. Inspirado por Macron, Casado ofrece un cóctel de marketing juvenil y un discurso clásico de valores (no confundir con ideología, se trata de fetiches retóricos), para concitar más descontentos que ilusiones. De algún modo Soraya es, quizá a su pesar, un trasunto de Hillary: una mujer curtida a la sombra de la presidencia en tiempos difíciles a la que nadie discute su valor pero a la que no es fácil ver con simpatía.

El PP no va a renovarse este fin de semana. Las ovaciones a Rajoy —“me aparto pero no me voy”— delatan que la ruptura emocional con el marianismo está lejos. Más que autocrítica, en cualquier momento parecía ayer a punto de escucharse en el auditorio del Marriott un grito de “¡queremos un dedazo tuyo!”. Por demás, basta ver el elenco de figuras en los carteles para descreer. En torno a Soraya está Montoro, Fátima (¡Viva la Blanca Paloma!) Báñez, Javier Arenas, Méndez de Vigo, IX Barón de Claret, y otros rostros de la carcunda. Pero en torno a Casado está Aznar y además Aguirre, Km 0 de la corrupción, Cospedal, Cifuentes remasterizada, Juan Ignacio Soy el novio de la muerte Zoido, el reprobado Catalá… Nadie puede creer, con ese dramatis personae, que hoy se inaugure el futuro. Más bien parece que Santamaría y Casado escenifican el último duelo del pasado entre el marianismo y el aznarismo como reserva espiritual de la derecha.

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Sobre la firma

Teodoro León Gross
Málaga, 1966. Columnista en El País desde 2017, también Joly, antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA), licenciado en Filología, doctor en Periodismo. Libros como El artículo de opinión o El periodismo débil... Investigador en el sistema de medios.

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