Los migrantes han cruzado el Mediterráneo durante siglos, pero antes se desplazaban de norte a sur
El discurso racista que ha encontrado terreno fértil en Europa se basa en dos suposiciones erróneas: que la migración es un fenómeno nuevo y que este mar ha estado dividido desde la antigüedad
El nombramiento de Matteo Salvini, líder del partido ultraderechista Lega, como nuevo ministro de Interior de Italia, ha dado lugar a una confrontación relacionada con las migraciones en el Mediterráneo. Por primera vez, Italia negaba la entrada en sus puertos a un barco que transportaba migrantes rescatados en el mar, en un contexto de estancamiento cada vez más áspero de la política migratoria en la Unión Europea. Se han producido bloqueos similares con otros dos barcos.
El discurso racista que ha encontrado terreno fértil en el debate público sobre la migración en Europa se basa fundamentalmente en dos suposiciones erróneas: que la migración es un fenómeno nuevo y que el Mediterráneo ha estado dividido desde la antigüedad, en el sentido de que la población siempre se ha desplazado desde la desfavorecida ribera sur hasta la próspera ribera norte.
La migración ocupa un lugar central en la historia del Mediterráneo y hay una rica tradición de conexión entre sus dos riberas. A principios de la Edad Moderna, entre los siglos XVI y XVIII aproximadamente, la movilidad era intensa y variada, de forma similar a como lo es hoy.
A principios de la Edad Moderna era principalmente la población de Europa la que se desplazaba a África y a Oriente Medio en busca de una vida mejor o para escapar de la persecución religiosa. Esta tendencia aumentó en el siglo XIX. Desde la década de 1830, los campesinos empobrecidos de España, Malta, Italia y Francia migraron en masa hacia África del Norte. La migración italiana alcanzó su nivel más alto en las primeras décadas del siglo XX, cuando registró un promedio de 12.770 emigrantes al año.
Motivos de los desplazamientos
Muchas de las personas que cruzaban el Mediterráneo a principios de la Edad Moderna lo hacían contra su voluntad, para huir de la guerra o de la persecución política o religiosa. El caso más manifiesto de lo que hoy llamaríamos refugiados por motivos religiosos fue la expulsión de miles de judíos y musulmanes de España en 1492. Los judíos se reasentaron en Grecia, los estados italianos, África del Norte y Oriente Medio, que en esa época estaba gobernado por sultanes otomanos. Durante toda la etapa inicial de la Edad Moderna, los judíos se desplazaron hacia el sur, a los territorios del Imperio otomano, para intentar escapar de la persecución que con frecuencia sufrían en Europa.
La población de Europa se desplazaba al Imperio otomano para buscar fortuna, escapar de la justicia o mejorar sus perspectivas sociales en una tierra que ofrecía oportunidades
Otra forma de desplazamiento forzoso estaba relacionada con la trata de personas. Las antiguas rutas del comercio de esclavos que cruzaban la región desde la antigüedad favorecían la llegada de esclavos africanos a Europa y a los territorios del Imperio otomano. Los habitantes de las costas de España, África del Norte, Italia y Palestina también eran capturados a menudo durante los frecuentes ataques de piratas y vendidos más tarde como esclavos. En las redes de piratas y corsarios podían caer fácilmente buques y embarcaciones de diversas dimensiones, lo que daba lugar a que se vieran esclavizados, asimismo, muchos ingleses y holandeses.
La población también viajaba a través del Mediterráneo por voluntad propia. La región siempre se ha caracterizado por constantes desplazamientos de soldados, peregrinos, diplomáticos y viajeros. Al igual que hoy, hombres y mujeres viajaban en busca de una vida mejor, con la salvedad de que, a principios de la Edad Moderna, tales desplazamientos tenían lugar en su mayor parte desde la ribera norte hacia la ribera sur del Mediterráneo.
Conocer a los vecinos más próximos
Normalmente, la población de Europa se desplazaba al Imperio otomano para buscar fortuna, escapar de la justicia o mejorar sus perspectivas sociales en una tierra que ofrecía grandes oportunidades a los recién llegados. Parte de esa población encontró grandes oportunidades de prosperidad. La historia del Mediterráneo abunda en ejemplos de italianos e ingleses, entre otras nacionalidades, que llegaron a ocupar puestos destacados y de rango en las regencias norteafricanas y en Constantinopla (la actual Estambul).
Fuera cual fuera la razón, el desplazamiento hacia los territorios del Imperio otomano no implicaba necesariamente una ruptura de los lazos personales. En 1591, una joven de Venecia, Beatrice Michiel, se embarcó rumbo a Constantinopla, donde se reunió con su hermano, Gazanfer. Este, esclavizado de niño y formado en la corte del Imperio otomano, se había convertido en uno de los sirvientes de confianza del sultán y llegó a ocupar altos cargos en la jerarquía otomana. Durante los más de 20 años que vivió en Constantinopla, Gazanfer nunca perdió el contacto con su madre y su hermana en Venecia, y esta última posteriormente decidió reunirse con él.
Las cartas de quienes se habían establecido de forma permanente en tierras otomanas y las historias de los esclavos rescatados que volvieron a su país de origen, los mercaderes y los viajantes también contribuyeron a que circularan relatos e ideas sobre los “vecinos”. Entre las historias de las que se hablaba en la Venecia del siglo XVII, una de las más célebres es la de Roxelana, una niña esclava cristiana, nacida en Rohatyn (en la actual Ucrania), que se casó con Solimán el Magnífico y recibió el nombre de Hürrem Sultan. Estas historias avivaban la curiosidad de la población y alimentaban su deseo de cruzar el mar.
También circulaban bienes, objetos y alimentos. Entre los siglos XVI y XVIII, las élites europeas sentían fascinación por la cultura turca. La moda de estilo otomano inspiraba la música, la arquitectura y toda clase de artículos.
A principios de la Edad Moderna, las normativas que regulaban la llegada de extranjeros, los controles de fronteras y las políticas de acogida eran muy diversas en el Mediterráneo. Con frecuencia las autoridades adoptaban un enfoque muy práctico. Así, en los siglos XV y XVI, el Estado otomano acogió refugiados judíos con el fin de aprovechar sus competencias técnicas y sus redes comerciales.
Puesto que en esa época todavía no había nacido la ideología del estado-nación del siglo XIX, en las políticas de acogida a veces tenían un mayor peso factores como la religión, y no la ciudadanía ni el origen. Por ejemplo, durante la Reforma, el Papa intentó restringir la llegada y la estancia de protestantes en el Estado pontificio. En el Imperio otomano la pertenencia religiosa también influía en la política de integración, pues las comunidades religiosas se encargaban de proporcionar asistencia a los recién llegados que pertenecían a su misma confesión religiosa.
Un cambio de dirección
Esta tendencia prevalente de las migraciones que cruzaban el Mediterráneo de norte a sur se mantuvo hasta el siglo XX. A partir de ese momento, se produjo un cambio en la dirección contraria. Tuvo lugar un primer flujo de campesinos empobrecidos que se desplazaron desde África del Norte hacia Europa a causa de la colonización europea; posteriormente, tras los movimientos de independencia que tuvieron lugar después de la Segunda Guerra Mundial, se produjo el regreso de los europeos que se habían establecido en las colonias. Más tarde, en los años setenta, la llegada de trabajadores procedentes del sur del Mediterráneo se vio impulsada por los Gobiernos europeos que necesitaban mano de obra.
La dirección de las migraciones no es inmutable, sino que, al contrario, se ve influida por las circunstancias históricas
Las causas de este cambio de dirección en los flujos migratorios deben buscarse en procesos económicos y políticos que se iniciaron ya en el siglo XVII, como, por ejemplo, la creciente influencia del poder europeo. Esta evolución llegará a reconfigurar la relación económica entre las dos riberas del Mediterráneo. Con el tiempo acabará dando lugar a la transformación del Oriente Medio y África del Norte, durante los siglos posteriores, en proveedores de materias primas para las fábricas francesas y británicas y allanando el camino de la colonización.
Todo lo expuesto muestra que la dirección de las migraciones no es inmutable, sino que, al contrario, se ve influida por las circunstancias históricas. También pone de manifiesto el modo en que las tendencias migratorias en el Mediterráneo se vieron afectadas por procesos como la colonización.
Felicita Tramontana es investigadora en Marie Skłodowska-Curie de la Universidad de Warwick (Reino Unido) y recibe financiación de la Comisión Europea, en el marco de Horizonte 2020.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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