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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Defender la cooperación al desarrollo, volver al internacionalismo

La respuesta a la actual coyuntura debe pasar por un debate sobre estrategias y mensajes alternativos

 Proyecto de la Agencia Española de Cooperación en Filipinas.
Proyecto de la Agencia Española de Cooperación en Filipinas. AECID

No ha sido un gran año para la ayuda al desarrollo. Al escándalo sobre abuso y comportamiento poco ético en oenegés como Oxfam y Save the Children le sucedió una alarma pública desproporcionada atizada por los oportunistas de turno, que se aprovechan del desconocimiento popular sobre el mundo de la cooperación, pero también del resentimiento contra la superioridad moral que, a veces, puede entreverse en el lenguaje y las actitudes de los cooperantes. La crisis de confianza ha producido numerosos mea culpa y algún que otro compromiso tangible de reforma. Pero sin un cambio en la estrategia y el mensaje subyacente a la ayuda no hay ninguna garantía de que buenas intenciones y gestos, por sí solos, prevengan ataques futuros.

Planeando siembre para la última derrota

Empecemos por lo evidente. Siempre ha habido fiesteros, adictos al riesgo y hombres despreciables en los márgenes del sector humanitario, igual que los hay en los márgenes de las finanzas, la industria extractiva o el comercio internacional. Sin embargo, nuestro sector lleva años presentando al público una narrativa de salvación que no puede justificar, ni conceptual ni moralmente, la existencia de estos individuos en nuestras filas. Y la respuesta al escándalo de Haití ha sido prometer que sencillamente expulsaremos a estos pocos indeseables.

El problema es que el recuerdo de esa promesa se habrá desvanecido para cuando el próximo escándalo (real o exagerado) azote al sector. La malicia y la manipulación son inescapables en el debate público sobre ayuda en el siglo XXI. Y es imposible derrotar a opinadores y tergiversadores con sus propias reglas, dado que rara vez rinden cuentas a la verdad o la equidad. En lugar de pelear otra vez la última batalla, preparémonos para la siguiente. Contemplemos la actual crisis como una oportunidad para reflexionar sobre la política y el teatro de donantes, sobre lo que lleva tiempo fallando en nuestra respuesta y sobre qué hacer de forma diferente.

Quién defenderá la ayuda

Pertenecemos a una comunidad aislada con un peso político escaso. El sistema internacional de la ayuda es una reliquia del orden liberal surgido tras la Segunda Guerra Mundial; un orden que los líderes políticos han perpetuado y con el tiempo expandido más por inercia, ignorancia o conveniencia, que por un compromiso claro con los valores humanitarios. Y aún así seguimos buscando políticos que nos lideren, con la esperanza de que el próximo ministro o secretario de Estado sí que crea en la ayuda. Hace apenas dos décadas el mundo de los donantes vivió una edad dorada de internacionalismo definida por “las Tres Bes”. Blair estableció la cooperación británica a nivel de ministerio autónomo y le dio riendas para pensar, actuar, gastar y liderar en los desafíos más importantes del momento. Bono dejó los escenarios para defender con el Papa el alivio de la deuda exterior. Y Bush sorprendió al mundo en Monterrey en 2002 cuando decidió expandir la cooperación estadounidense más que ningún predecesor, trayendo su versión de “conservadurismo compasivo” al África de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

Hoy en día el mundo de la ayuda no tiene un equivalente a “las Tres Bes”, y muchos pensarán que estamos mejor sin ellos. No obstante, a falta de figuras equivalentes no está claro cuánto tiempo sobrevivirá la cooperación tal y como la conocemos. El internacionalismo ha quedado desplazado o denostado en nuestra política. Aún quedan muchos internacionalistas, tanto en la derecha como en la izquierda. Pero están a la defensiva, descorazonados, debilitados por la polarización política y el populismo económico. ¿Qué está haciendo la comunidad de la cooperación para ayudarles? ¿Qué está haciendo para construir puentes con aliados improbables, como el sector corporativo o las congregaciones religiosas? ¿Qué estamos haciendo para educar y cultivar la próxima generación de líderes y portavoces internacionalistas?

Una nueva estrategia

No creo que nuestra respuesta a la actual coyuntura pueda limitarse a seguir la misma estrategia de siempre, basada como está en tres pilares cuestionables. La invocación del sentimiento de culpa, que tanto sirve para recaudar donaciones, crea expectativas irreales sobre las que se construyen los episodios de rechazo popular. La retirada hacia la izquierda del espectro político, aunque reconfortante, supone dejar de lado el humanitarismo religioso y el cosmopolitismo de libre comercio que apuntalaron la última edad dorada del internacionalismo. Y la respuesta a las críticas con más números e informes choca con hallazgos en psicología sobre la poca influencia de los resultados estadísticos sobre las creencias personales.

Lo que toca es un debate en condiciones sobre estrategias y mensajes alternativos. Por ejemplo, podríamos usar analogías para recordar a los ciudadanos en países donantes del orgullo que sienten de haber superado desafíos políticos, económicos o sociales similares a los que afrontan los receptores de la ayuda. O podríamos invitar más comparaciones entre la gestión y transparencia de la ayuda y la de otras políticas públicas en las que se gasta más con menos control. Incluso podríamos intentar contribuir al debate público transnacional sobre moral y justicia, en lugar de dejar ese espacio a figuras controvertidas como Jordan Peterson quien, aún en la era de Twitter, consigue llenar teatros y salas de concierto con sus sesiones sobre responsabilidad y ética.

En griego clásico, “krisis” significa “decisión”. En lugar de compadecernos de nosotros mismos o aplicar viejas tácticas defensivas, planteémonos la posibilidad de decidir una estrategia diferente, acorde a los desafíos del mundo en el que vivimos.

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