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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El discreto encanto del ‘poder blando’ ruso

¿Cambiaremos Beverly Hills por Molochny Pereulok?

Jorge Marirrodriga
Nos parece de lo más normal que un meteorito amenace con destruir Los Ángeles pero la historia no nos cuadra si la urbe en peligro es Hannover.
Nos parece de lo más normal que un meteorito amenace con destruir Los Ángeles pero la historia no nos cuadra si la urbe en peligro es Hannover.Mike Blake (REUTERS)

Sin necesidad de haber estado nunca en Nueva York seguramente que un alto porcentaje de personas es capaz, haciendo un poco de memoria, de describir de qué color y forma es el uniforme de su policía. O cómo van pintados sus vehículos. En cambio, esas mismas personas no podrían dar la misma explicación sobre la policía de una ciudad situada, pongamos, a unos cien kilómetros de la suya.

Ese detalle, unido a otros muchos similares, es lo que se denomina el soft power de un país. El poder blando. Se trata de la capacidad de influencia en el extranjero que tiene un Estado al margen de su acción diplomática, actividad directa económica o capacidad militar.

El soft power es sutil pero muy efectivo. Es lo que hace que muchas personas cuando visitan Estados Unidos por primera vez piensen —y que levante la mano quien no lo haya hecho— “vaya, es como en las películas”. Así, nos parece de lo más normal que un meteorito amenace con destruir Los Ángeles pero la historia no nos cuadra si la urbe en peligro es Hannover. O no pasa nada porque Thor aterrice en Nuevo México, pero ¿en Eslovenia? O que no escuchemos igual a una banda de Seattle que a una de Riga. Los marcianos jamás desembarcan en África, salvo, excepcionalmente, en Suráfrica.

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Todos los países ejercitan de una u otra manera el soft power. Un buen ejemplo reside en un famoso chiste. Dice que en el cielo los cocineros son franceses, los policías ingleses, los mecánicos alemanes, los amantes italianos y los banqueros suizos. Por el contrario, en el infierno los cocineros son ingleses, los policías alemanes, los mecánicos franceses, los amantes suizos y los banqueros italianos. Sí, son tópicos, pero como siempre hay un fondo si no de verdad, al menos de lugar común aceptado.

Algo curioso respecto a este poder blando es que funciona en una doble dirección. Es decir, para que sea efectivo no basta solo con la voluntad del país que quiere proyectar una imagen para ejercer influencia. Es necesario también que el público que lo recibe, lo acepte y pase a incorporarlo a su pensamiento con naturalidad. Por ejemplo, Alemania firmará una victoria el día —si llega— en que el Karneval sea tan popular en el mundo como Halloween. Y esa es una razón por la que las dictaduras normalmente fracasan en sus operaciones de propaganda exterior. Demasiado obvio, dirigido y artificial. Pero también le puede suceder a las democracias. Todavía hay que ver —y el soft power solo funciona a largo plazo— hasta qué punto es útil la Marca España.

El poder blando es hijo de su historia y de la Historia. La Guerra Fría hizo que, en Occidente, Washington y, en menor medida, Londres nos fueran más conocidas que nuestras propias ciudades, al tiempo que Moscú o San Petersburgo —Leningrado— desaparecieron. Ahora por primera vez en décadas Rusia —el país, no su Gobierno— está mostrando su soft power. Proliferan las series, películas —los marcianos llegan a Moscú— documentales de viajes... El mismo Mundial está haciendo descubrir un país y una cultura ignoradas. ¿Cambiaremos Beverly Hills por Molochny Pereulok?

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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