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El VIH de Irina en el país más pobre de Europa

Esta es la historia de una mujer que, tras tocar fondo y estar al borde de la muerte, lidera la lucha contra el estigma de este virus y la tuberculosis en Moldavia

Irina toma café junto a su hija Alexandra en su casa en Chisinau, Moldavia.
Irina toma café junto a su hija Alexandra en su casa en Chisinau, Moldavia.Jaime de Lorenzo
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Doce de la mañana, carretera M14 dirección Bălți donde Initiativa Pozitiva, la mayor ONG de lucha contra el VIH en Moldavia, tiene una oficina. Mientras conduce, Irina repasa en alto algunas partes de la charla que dará dentro de una hora. Ella es la presidenta y fundadora de la organización; seropositiva y exdrogadicta, y ayuda ahora a otras personas que se encuentran en la misma situación que ella años atrás.

La policía de carreteras da el alto al Toyota de Irina en el kilómetro 65. Ha excedido el límite de velocidad en poblado, la multa serán 600 lei (30 euros). “Yo iba a 50, es imposible que me haya saltado el límite, pero necesitan sacar dinero de donde sea, ya no saben a quién más robar”, comenta resignada mientras firma. La percepción de los moldavos sobre su administración es pésima, el país ocupa el puesto 122 de 180 en el índice de corrupción que elabora cada año Transparencia Internacional. Todavía se puede oler la indignación debido al escándalo que hace dos años salpicó al Gobierno moldavo. Mil millones de dólares fueron sustraídos del Banco Nacional para salvar de la bancarrota a tres grandes bancos. Las entidades quebraron pero el dinero nunca volvió a las arcas públicas, y ahora el ejecutivo sigue intentando recuperarse de aquel agujero mediante recortes de inversión pública e infraestructuras.

Irina juega con su nieto Ian, hijo de Sasha, en su casa.
Irina juega con su nieto Ian, hijo de Sasha, en su casa. Jaime de Lorenzo

Irina sigue su camino, Bălți es su ciudad natal. La acompaña la psicóloga de la organización a impartir una charla de concienciación a mujeres portadoras de VIH. Esta ciudad al norte del país es la segunda más grande de Moldavia por tamaño e importancia y la tercera por número de población —después de Chisinau y Tiráspol—. Es el lugar que la vio nacer hace 54 años y también donde comenzó su calvario. Ella es una de las 15.000 personas que viven con VIH en Moldavia (con cuatro millones de habitantes) según datos del último informe del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el sida (Onusida) en 2016 y que aumenta en 1.600 nuevas personas al año. Las drogas inyectables son la causa principal de infección.

Moldavia además limita con Ucrania, donde la guerra, la destrucción del sistema de asistencia sanitaria y la pobreza están provocando un repunte de los casos de personas seropositivas. Según datos del Ministerio de Salud ucraniano, en 2017 se registraron casi 15.000 nuevos casos, con lo que casi 240.000 personas que viven con VIH en el país.

Ella es una de las 15.000 personas que viven con VIH en Moldavia, un país de cuatro millones de habitantes

20 años atrás, la economía moldava sufrió un gran retroceso tras el colapso de la Unión Soviética de la que formaba parte. Fue agravada la situación por la guerra con Transnistria en 1992, que acabaría con la victoria de esta última gracias al apoyo ruso y posterior declaración de independencia aunque no ha sido reconocida por la comunidad internacional. Hasta el año 2000 el país llegó a tener casi el 50% de su población viviendo bajo el umbral de la pobreza, según datos del Banco Mundial. Muchos expertos catalogan a Moldavia como el más pobre de Europa. Por ilustrar con cifras, la renta per cápita de España es de 25.528 dólares, la de Italia de 30.527 y la de Francia de 36.854. La de Moldavia no alcanza los 2.000. En la lista del Índice de Desarrollo Humano (IDH) la exrepública soviética se encuentra en el puesto 107, por detrás de países como Uzbekistán o Libia.

Irina muestra una foto de su hermana, fallecida a causa de las drogas.
Irina muestra una foto de su hermana, fallecida a causa de las drogas.Jaime de Lorenzo

En ese contexto de descomposición del entramado soviético, Irina comenzó a inyectarse heroína y de una de aquellas agujas contrajo el virus del que no se sabía prácticamente nada en aquel momento. “¿Ves aquella ventana? La policía tuvo que arrancar los barrotes para sacarme y quitarme la heroína porque yo no les abría la puerta”, dice en su antiguo apartamento. Tuvo su primera hija, Sasha, libre de VIH, pero Irina fue abandonada por su marido al saber que ella era seropositiva.

Entró en un centro de desintoxicación donde tuvo algún intento de suicidio, que fue abortado por los enfermeros. Allí conoció a su actual marido, Ruslan, portador de VIH y padre de su segunda hija, Alexandra, libre también del virus.

Después de varias recaídas decidieron mudarse a Chisinau, la capital y ciudad más grande del país. Gracias a la ayuda de la Iglesia consiguieron un apartamento donde empezaron a recibir gente con problemas similares para darles apoyo psicológico. Después de tener a su segunda hija, Irina fue internada en el hospital. Padecía tuberculosis, hepatitis C. La dieron por muerta. La mandaron a casa a esperar el final, su final. “Pero un día renací. No sé quién decidió que yo tenía que seguir viviendo. Fue como si me diesen un cuaderno en blanco para volver a escribir mi historia”, asegura ella.

La mayoría de las mujeres con las que trabajamos son exdrogadictas o han sido explotadas sexualmente. Moldavia es la cantera de prostitutas de Europa

La estigmatización de estas personas debido a la incultura general sobre el virus hace que sea muy difícil detectarlas y ayudarlas ya que todas tratan de ocultar que lo portan por miedo al rechazo de la sociedad o de la familia. Por eso, el trabajo que Irina realiza por todo el país, en la televisión y en la radio es fundamental: “La mejor herramienta de trabajo es contar mi experiencia, decirle a esas mujeres que yo también me drogaba, que también me intenté suicidar, pero que se puede. Que ahora soy abuela, vivo feliz y desintoxicada. Eso les ayuda a creer que pueden salir de todo esto y tener una vida plena”, comenta ilusionada. “La mayoría de las mujeres con las que trabajamos son exdrogadictas o han sido explotadas sexualmente. Moldavia es la cantera de prostitutas de Europa. El trabajo psicológico que hacemos con ellas es gigante, tienen que recobrar la confianza en sí mismas, y yo intento ayudarlas con mi ejemplo”.

La organización de Irina Poverga se sostiene gracias a la inversión extranjera de fundaciones privadas como Soros Moldova o gracias a fondos para el desarrollo procedentes de organizaciones internacionales como Unicef, Onusida o la Organización Mundial de la Salud.

Y mientras, el país es usado como tablero geopolítico entre las grandes potencias territoriales, Rusia y la Unión Europea, la ciudadanía no aprecia mejoras en su calidad de vida. La población sigue disminuyendo desde hace 22 años. Pertenecen a Europa, al continente más rico, pero ven pasar el progreso como un tren al que no pueden subirse. Mientras en otros lugares luce el sol del desarrollo, ellos viven en la sombra, en la sombra de Europa.

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