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Carta blanca
Columna
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A Joan Punyet Miró

Querido amigo Joan: Cuando nos vimos por primera vez en el año 2010, yo te saludé diciendo “Prats is quality”, y tú asentiste, sonriendo, en el acto. Me refería, naturalmente, al anuncio-reclamo para la sombrerería Prats (cuya elegancia de época evocaban tu atuendo y tu porte) llevado a cabo por tu abuelo Joan Miró, tan recordado siempre al leer, escribir o pronunciar tu nombre y tus dos apellidos, con los que firmas todas tus publicaciones, en una de las cuales aparece este primer encuentro nuestro.

Cuando nos vimos por primera vez en el año 2010, yo te saludé diciendo “Prats is quality”, y tú asentiste, sonriendo, en el acto

Eres, a lo que veo, lo inverso a la tradicional figura catalana del hereu escampa, es decir, el heredero derrochador, no ya de los haberes, sino del apellido y su aura, y sobre todo de algo tan inmaterial como lo que en su día pudo ser llamado la “atmósfera Miró”. Tu actividad —escrita y personal— se encamina en un sentido exactamente opuesto: todo el legado de Miró (y de quienes le eran afines, desde Calder hasta Llorens Artigas) renovado con pujanza desde la “sucesión Miró”, que explora y ensancha sus confines.

Una responsabilidad, no menor que la que recayó en los sucesores de Juan Ramón Jiménez, te ha investido de una especie de serenidad y de impulso metódicamente encarrilado. Yo, que vi a tu abuelo no pocas veces desde 1974 y colaboré con él en 1981 de modo directo (y, póstumamente, en época más reciente), veo a la vez lo afín y lo diferenciado de vuestra tipología, aunque no de vuestro sentido de la responsabilidad, que acabo de evocar. Cualquiera responde de sí mismo. A otros les toca responder no ya de un nombre, sino de un arte y una época; como nadie o casi nadie en su tiempo, de ello respondió Joan Miró. En lo que tiene de más personal o individualizado, esta responsabilidad es única e irrepetible; pero otra parte de ella, distinta ya, queda para quienes le suceden. Más generalmente, esto es metáfora personalizada de todo artista o escritor: yo respondo de lo que escribo, sí, pero también de atreverme a escribir en las lenguas en que lo hicieron Góngora o Rubén Darío, Ausiàs March o Ramon Llull, Dante o Montale, Baudelaire o Rimbaud. Más aún: debo responder, fuera ya de la escritura, de haber sido contemporáneo de Joan Miró (aquella mirada, aquellos silencios, aquel gesto trazado en el aire): la historia del arte y de la literatura es nuestra posteridad; lo he dicho ya, con estas o con parecidas palabras, otras veces. En este sentido, Joan, desde distintas atalayas, participamos en una misma justa, en pos de lo esencial de cualquier arte. A ambos nos conmina, a su modo a cada uno, el gesto inacabable de Joan Miró.

A ambos, pues, nos convoca, como a mí me convocó tu abuelo, de la mano de Tàpies, en el dragón de cerámica gaudiniana del Park Güell en nuestro primer encuentro, o en Son Boter o Son Abrines, ante las telas inacabadas, en curso de elaboración , en presencia de la sombra onírica de un cuadro de Robert Desnos; todo un mundo —antes y después del surrealismo, si es que es verdad que el surrealismo tiene un antes y un después— condensado en un signo, en una estría al aire: lo que Miró llamaba “dar el golpe” o “el Shock”. Perpetuar la impronta de este gesto es perpetuar la epopeya ideal de las vanguardias, que no se autoalimentan, sino que nos acucian. Como decía Miró, “si no corres, te pisan los talones”. O, en palabras yo creo que afines de Heráclito: el rayo es a la vez deficiencia y saciedad. 

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