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Ojalá recordarte como amante

Cuando el sexo no sabe de identidades sino de experiencias

Getty Images (Getty Images)

¿Recordarían el nombre de todos sus amantes? ¿Qué hace que recordemos a unos y a otros los olvidemos? Parece que repetir; caprichosa memoria, la nuestra.

A los 20 años tuve una aventura con alguien de quien estaba locamente enamorada. De esos que empiezan a gustarte a los 15 y ya no consigues quitártelos de la cabeza. Me parecía el hombre más guapo, más listo, más elegante y más de todo del mundo. Ningún otro era tanto como él. Hasta el punto de que después de la única noche en la que tuvimos sexo, me pasé años pensando que había sido magnífica por el simple hecho de haberla pasado con él. La experiencia en sí fue de lo más mediocre y, por supuesto, la he eliminado de mi memoria. No pasó nada reseñable. No me sentí especialmente querida. No me dieron ni la mitad de lo que me hubiera gustado recibir, ni me dejaron proporcionar todo cuanto estaba dispuesta. Fue absolutamente insignificante. De este amante recuerdo el nombre, los apellidos y hasta la dirección de su casa de entonces. Y eso que hace más de diez años que no tengo ni una sola noticia de él. Del polvo no recuerdo absolutamente nada. Lo eliminé.

Nuestra memoria es terriblemente caprichosa. Recordamos examantes de los que dudamos con su nombre, pero que nos grabaron a fuego su presencia en nuestras vidas. Unas veces ocurre porque la actuación estelar (de ambos) hizo que la experiencia fuera gloriosa. Si además recurrimos a esa imagen en nuestro propio beneficio, es decir, si nos masturbamos recordando aquella experiencia, es más fácil que idealicemos el acto en sí y hasta a la persona. Le damos relevancia. Lo convertimos en habitual. Lo ponderamos y perpetuamos. Somos muy capaces de convertirlo en mejor amante de lo que fue y en darle una importancia supina. De algún modo, fabricamos su memoria. Lo recordamos. Y esto es así tanto para hombres como para mujeres: Durante años pensamos que morfológicamente el cerebro masculino era diferente del femenino. Como si los recovecos de uno determinasen su tendencia a ser de Venus mientras que los pliegues de la otra demostraban que es de Marte. Pues no. Según PNAS (Proceding of the National Academy of Sciences of the United States of America), las diferencias entre masculino o femenino no determinan la forma del cerebro. El cerebro no es diferente seamos hombres o mujeres. Los machos no tienen el cerebro con una forma determinada diferente del cerebro de las hembras. No es que los hombres recuerden más o menos a sus amantes por el hecho de ser hombres. Tampoco las mujeres tienen esa capacidad por ser hembras.  En ambos casos, para que podamos recordar a cualquier nuevo amante, será mejor que repitamos como pareja. Necesitamos darle importancia en nuestra larga lista de aventuras para que, con el paso de los años, sigamos acordándonos de aquel con el que hicimos aquello.

Los machos no tienen el cerebro con una forma determinada diferente del cerebro de las hembras

Recuerdo al primero que comió entre mis piernas. Al primero y a la primera. Recuerdo al que me folló en un templo en la India y a la que me enseñó a usar un dildo para dos. Reconozco hasta por el mote al que usó los dedos al tiempo que me practicaba sexo oral y tuvo la habilidad de no penetrarme si no de dibujar los bordes de un transportador con la yema de sus extremos. Recuerdo al que me dijo que Letizia Ortiz, mi compañera de la facultad, iba a ser reina. Uno esto a una reflexión sexual (discúlpeme, Majestad) porque me enteré mientras se la chupaba al que me lo contó, lo cual no quiere decir que me lo contara a cambio de estar de rodillas entre sus piernas. Las anécdotas de nuestra vida sexual escriben nuestra biografía. Pero también muestran a qué le damos importancia y a qué no.

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No es fácil recordar el nombre de todas las personas con las que has tenido un lío, pero será difícil olvidar a los que nos lo dieron durante un tiempo. Esa presencia constante en nuestras vidas (alterándonos en mayor o menor medida) hará que una relación fortuita pueda considerarse mínimamente relevante.  Pero, ¿qué ocurre cuando es al contrario? ¿Sabemos ser la examante de la que no se acuerdan? No sería la primera vez que en mitad de unas fiestas nos encontremos con alguien que, entre el paso de los años, los cambios adscritos y el fragor de la batalla propia de un San Isidro, no nos haya reconocido. Si el ínclito o la ínclita en cuestión consiguió su título por la follada que vivimos, seamos honestas, el calibre de la punzada que sientas al sentirte ignorada determinará tu respuesta. Encajar el golpe de la indiferencia ajena es un arte. El amor romántico nos promulgó esta necesidad de pasar a la historia de los demás como si eso nos fuera a dar alguna relevancia. Me gusta creer que hay quien me recuerda, pero me divierte aún más si consigo provocarles la inmensa sorpresa de cruzarse de nuevo conmigo cuando menos se lo esperan. Puedes llamarte como te dé la gana, si me acuerdo de todo cuanto ocurrió, has ganado.

Y nunca se sabe cómo puede ser este reencuentro.

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