Día de la Familia: ‘Slow Parenting’, o cuando en la crianza menos es más
Pese al estrés cotidiano y la presión por tener hijos perfectos, se puede criar de forma más tranquila
Hoy en día, hacer de madre o de padre parece que se ha convertido para muchos en una difícil tarea. Hay varios factores que contribuyen a esta sensación y no todos tienen que ver con las capacidades personales que tenemos para emprender este papel. A la hora de hacer de padres, menos es más, una buena regla a recodar este 15 mayo Día Internacional de la Familia.
Por un lado, la difícil conciliación entre la vida laboral y la familiar genera una sensación de falta de tiempo (por no poder llegar a todo) que puede llegar a estresarnos mucho y es la mejor excusa para sentirnos culpables. No podemos estar con nuestros hijos tanto como nos gustaría ni como, quizás, lo hicieron nuestros padres con nosotros (especialmente nuestra madre). Así que nos vemos abriendo camino en un modelo de familia en el que estamos ausentes e intentamos cubrir ese hueco con cosas, actividades o personas para que nuestros hijos no se den cuenta de que no estamos. Muchas veces utilizamos las actividades extraescolares para conciliar nuestra larga jornada laboral con los horarios de los niños, o les damos la llave de casa y les permitimos que jueguen a videojuegos mientras llegamos algo más tarde.
Creemos que nos tenemos que esforzar, sacrificar y estirar hasta el límite cada euro que ganamos para darles lo mejor. Así justificamos algunas veces nuestra ausencia: lo hacemos por ellos.
Por otro lado, vivimos en una sociedad que nos anima a competir y creemos que tenemos que preparar a nuestros hijos para que tengan éxito en la vida. Tienen que ser los primeros en todas las disciplinas, o al menos en algunas. Prueba de ello son los programas de televisión en que los niños muestran su extraordinario talento cantando, bailando o cocinando.
Hay un impulso compulsivo por hacer niños perfectos. Por eso parece justificado que aprendan las cosas lo antes posible: aprenden idiomas en la guardería, a coger el lápiz correctamente, a reconocer los números o las letras cada vez más temprano, a tocar un instrumento, a manejar un ordenador, una tablet o un teléfono. Cuanto antes mejor, no hay tiempo que perder en el camino de la educación. El resultado: los niños no tienen tiempo para aburrirse ni ratos que no estén previamente programados ni controlados por un adulto.
Finalmente, parece que hay prisa para que los niños crezcan: los vestimos como mini-adultos, les pedimos que sean autónomos, que maduren, que adquieran habilidades mentales, sociales o emocionales sin tener en cuenta su nivel de maduración o de desarrollo. Les empujamos a que estén un paso más allá sin respetar su ritmo.
Con todo, creemos que tenemos que presionar, pulir y proteger a nuestros hijos con celo casi sobrehumano, son nuestro tesoro. Pero desde esta posición, hacer de padres se convierte en una verdadera tiranía.
El resultado: niños estresados, que no duermen, que sufren trastornos alimentarios, ansiedad, dolor de cabeza, de estómago, y padres y madres que se sienten culpables, agotados, frustrados, insatisfechos con su rol parental (nadie les había contado esta parte de la paternidad). Y como no, una gran desconexión entre unos y otros.
Pero podemos revertir esta situación si optamos por un estilo de crianza más consciente y tranquilo, lo que se conoce como slow parenting (crianza lenta), una filosofía de vida que propone una infancia sin prisas para que los niños se desarrollen de forma plena, si creemos que menos es más y que más rápido no es necesariamente mejor.
- El punto de partida debería ser el convencimiento de que lo más importante y fundamental para el desarrollo de nuestros hijos e hijas es el amor, y esa es nuestra función principal como padres: amarles incondicionalmente, tal como son, por encima de las expectativas que podamos tener respecto a ellos, cómo nos gustaría que fueran o lo que deseamos que lleguen a ser en un futuro. Si los niños se sienten amados, se sienten seguros para descubrir el mundo, para aprender, para probar, para equivocarse; nadie puede sustituirnos en esa función, esa es nuestra labor principal como padres, así que no podemos delegar en nadie.
- Reconocerles como son realmente, con sus cualidades y defectos, con sus capacidades y limitaciones. Sin aspirar a que sean perfectos, sino valorando lo que son en cada momento: cuando ríen y cuando lloran, cuando aciertan y cuando se equivocan, cuando se muestran generosos o son completamente egoístas. Pero para reconocerles, debemos verles, observarles y naturalmente, pasar tiempo con ellos. Olvidar todos los planes que tenemos para ellos, desechar las comparaciones con este o aquel otro, descubrir con mirada curiosa cómo son realmente.
- En cierta manera, deberíamos también deshacernos de todos los “tendría que” según este o aquel modelo de paternidad que esté de moda o hayas encontrado por internet. Lo más importante será siempre tu sentido común y, sobre todo, lo que necesite tu hijo o hija en cada momento, lo que necesitéis vosotros como familia. No existe una fórmula mágica, los gurús de la educación paternal no conocen ni a tu hijo/a ni a ti ni a vuestras circunstancias, así que será tarea vuestra, como padres, decidir cómo educáis a vuestros hijos y para ello os tenéis a vosotros y a vuestros hijos. Pedid ayuda cuando la necesitéis.
- La madre o el padre perfectos tampoco existen. Todos tenemos momentos de desespero ante rabietas, peleas entre hermanos, actitudes rebeldes y conductas desafiantes. Todas las madres y padres hemos pasado por ahí y en algún momento de esos lo único que deseamos es huir y abandonar el barco. Pero todo pasa. Así que perdónate tu falta de paciencia y sigue adelante.
En resumen, hacer de madre o de padre solo requiere de presencia, tiempo de calidad con nuestros hijos (aunque sea poco, pero de calidad). Un tiempo en el que no haya obligaciones ni cosas por hacer, ni objetivos que alcanzar, un tiempo juntos donde podamos conectarnos, sentir que nos queremos y simplemente, disfrutar de esa experiencia sin ninguna distracción. Nada más.
Ángels Ponce es trabajadora social y terapeuta familiar.
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