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La pequeña maldición de un nombre original

Una polémica con el euskera reaviva el debate sobre la idoneidad de los apelativos raros a la hora de registrar a los recién nacidos

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Cecilia Jan
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Lur, Joar, Amaiur… ¿son niños o niñas? En las últimas décadas se ha popularizado en el País Vasco la utilización como nombre propio de palabras referentes a elementos de la naturaleza o topónimos, que en euskera no tienen género. Esta práctica ha provocado ocasionales tensiones a la hora de inscribir a los recién nacidos en los registros civiles, ya que algunos funcionarios se niegan a hacerlo por esta ambigüedad. En realidad, aplican a rajatabla una modificación de 2007 de la ley que rige el Registro Civil español desde 1959, y que prohíbe “los nombres que objetivamente perjudiquen a la persona, los que hagan confusa la identificación y los que induzcan a error en cuanto al sexo”.

Euskaltzaindia, la academia de la lengua vasca, ha instado al Ministerio de Justicia a mostrar “mayor flexibilidad” ante estas situaciones. Una petición razonable teniendo en cuenta además que en junio de este año entrará en vigor la nueva Ley del Registro Civil, que ya no hace referencia expresa al sexo. El nuevo texto establece el “principio de libre elección del nombre propio”, con la salvedad de que no podrán imponerse los que “sean contrarios a la dignidad de la persona ni los que hagan confusa la identificación”, aspectos que siguen quedando sujetos al criterio subjetivo del funcionario.

Goku, Superman, Lady Di, Messi, Neymar, Daenerys o Arya, todos nombres registrados legalmente en España

Hace poco, en la sala de espera del dentista, escuché cómo la enfermera llamaba a un tal Hansel. Apuesto a que todos los que estábamos ahí pensamos, al mirar al niño que se levantó, si su hermana, sentada al lado, se llamaba Gretel. Puede que la originalidad del nombre —hay 55 varones llamados así en toda España, según los datos del INE— se deba a que la familia tenga ascendencia germana, aunque no lo daba a entender su primer apellido. En cualquier caso, viviendo en España, el pequeño Hansel debe de estar ya acostumbrado a llamar la atención por su nombre. Y si Hansel despierta curiosidad, ¿qué habría pasado si la enfermera hubiera llamado a Goku, Superman, Lady Di, Messi, Neymar, Daenerys o Arya, todos nombres registrados legalmente en España? No incumplen la ley, y seguramente sean fruto del sentido homenaje de los padres al personaje o famoso de turno, pero ¿vale cualquier nombre como nombre, valga la redundancia? ¿Vale la pena dar gusto a los padres a costa de que sus hijos crezcan siendo el centro de atención?

Quizás alguien debería velar por que, en un exceso de admiración, los padres no condenen a sus hijos de por vida -o hasta que sean mayores de edad y puedan cambiarse de nombre- a ser objeto de miradas raras; a ser protagonistas de chistes en el colegio, cuando no directamente a ser el blanco más fácil del acoso; a deletrear el nombre al realizar cada trámite y a asegurar que es real; a explicar su origen cuando esos personajes ya no estén de moda.

Porque un nombre raro puede imprimir carácter, pero también ser una pequeña maldición.

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Sobre la firma

Cecilia Jan
Periodista de EL PAÍS desde 2004, ahora en Planeta Futuro. Ha trabajado en Internacional, Portada, Sociedad y Edición, y escrito de literatura infantil y juvenil. Creó el blog De Mamas & De Papas (M&P) y es autora de 'Cosas que nadie te contó antes de tener hijos' (Planeta). Licenciada en Derecho y Empresariales y máster UAM/EL PAÍS.

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