Centinelas de la contaminación global
Los científicos del proyecto SENTINEL han detectado la presencia de componentes orgánicos volátiles en la Antártida, procedentes de fuentes contaminantes remotas. Un hallazgo que invita a la reflexión
Ha pasado un mes desde que volví de la Antártida y en todo este tiempo he ido retomando poco a poco mi actividad normal. Tras un pequeño parón en el blog, vuelvo a publicar entradas y lo seguiré haciendo con regularidad, ya que me quedaron algunos temas pendientes que me gustaría daros a conocer. Las interesantes investigaciones llevadas a cabo por algunos de los científicos con los que conviví en la base Juan Carlos I, así como algunas noticias de actualidad sobre la Antártida, llenarán nuevas páginas de esta bitácora, que confío que siga despertando vuestro interés por el continente blanco y las actividades científicas que se llevan a cabo allí.
No hay ningún otro lugar en la Tierra donde el agua sea más pura y el aire esté más limpio que en la Antártida; sin embargo, cuando se toman muestras de esa agua y ese aire, del cristalino hielo o del suelo virgen, y se analizan, se encuentran trazas de sustancias químicas que tienen su origen a miles de kilómetros de distancia, en los múltiples focos de contaminación que salpican nuestro contaminado planeta. La conclusión es clara y preocupante: la huella del hombre, su impacto medioambiental, también llega a la Antártida. De momento, allí solo podemos hablar de un rastro de contaminación testimonial, pero ahí está.
El impacto de contaminantes se lleva años estudiando en las campañas antárticas llevadas a cabo por nuestro país, siendo el químico Jordi Dachs, científico del IDAEA-CSIC (Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua) su principal impulsor. Al proyecto REMARCA, que se prolongó durante seis campañas, le ha seguido el proyecto SENTINEL (centinela), iniciado en la campaña 2016-17 y que ha tenido su continuidad en la actual, que acaba de finalizar.
El proyecto tiene como investigadores principales tanto a Jordi Dachs como a Begoña Jiménez, del Instituto de Química Orgánica General, del CSIC. Durante mi estancia en isla Livingston, coincidí con dos jóvenes y entusiastas investigadoras ligadas a este proyecto: Gemma Casas y Alicia Martínez. Su actividad diaria combinaba la toma de muestras, de muy distintos tipos y en distintos emplazamientos, con el trabajo de preparación de las mismas en el módulo laboratorio.
El principal objetivo del proyecto SENTINEL es la detección y caracterización de contaminantes orgánicos persistentes (conocidos internacionalmente por la sigla POPs) presentes en la Antártida, tanto en el aire como en las aguas oceánicas, como en las distintas matrices terrestres, tales como el hielo, el agua de la fusión de la nieve y los glaciares, los sedimentos o los elementos vegetales. A todo ello se entregaban a diario Gemma y Alicia, tanto en zonas marítimas y terrestres alejadas de la influencia de la propia base, como en su entorno más cercano e incluso en su interior (había instalados varios captadores de aire pasivos), pues así pueden determinar lo que contribuyen las infraestructuras que tenemos allí a la presencia de determinados POPs, en determinadas proporciones.
El muestreo de POPs y de compuestos florados se ha llevado a cabo por tierra, mar y aire. El trabajo de caracterización de los mismos se realizará a posteriori, ya en España, una vez que los investigadores tengan las muestras en sus laboratorios. Esta fase se prolongará durante meses, ya que son muchas y muy variadas las técnicas que se aplican, y muchas las muestras recolectadas. El objetivo último es entender cómo funcionan los mecanismos de transporte de los POPs a escala planetaria, para saber cuál puede llegar a ser el impacto en los ecosistemas polares de la contaminación global.
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