¿Qué hacemos con tanta ropa de usar y tirar?
La 'fast fashion' ha disparado el consumo de prendas de vestir, hasta el punto de que desde 1990 se ha multiplicado por cuatro.
Cuando aparecieron en los supermercados los primeros envases de plástico desechables no podíamos imaginar que acabarían siendo un problema ecológico tan grave como lo es ahora. Con la ropa nos va a ocurrir lo mismo. Lejos quedan los tiempos en que un traje duraba una década, y un vestido, varios años. Afortunadamente, ya no estamos en esa situación de escasez de antaño, pero ahora el riesgo al que nos enfrentamos es el de la sobreabundancia. El prêt à porter permitió la fabricación en serie y una cadencia de renovación del vestuario acorde con las estaciones. Pero hasta el concepto de “ropa de temporada” está dejando de ser vigente. Los hábitos han mutado. Ya no cambiamos de ropa cada estación, sino constantemente.
Grandes cadenas como Zara o H&M basan el éxito de su negocio en la capacidad de cambiar dos veces cada semana las prendas en oferta, de manera que cada vez que alguien pasa por delante de sus escaparates pueda ver nuevos modelos y nuevos diseños. Esta estrategia comercial no tendría ningún sentido si los consumidores no sintieran la necesidad imperiosa de renovar constantemente su imagen como una exigencia de estos tiempos líquidos y aceleradamente cambiantes que vivimos. Pero tanta renovación tampoco sería posible sin la deslocalización de la producción, que permite fabricar a costes increíblemente bajos en países en desarrollo y vender las prendas a precios que hace una década nos hubieran parecido imposibles.
La fast fashion ha disparado el consumo de ropa, hasta el punto de que desde 1990 se ha multiplicado por cuatro. Pero, ¿es sostenible un modelo de usar y tirar tan rápido? ¿Qué hacemos con el desorbitado volumen de ropa que desechamos? Aparte de alimentar necesidades sociales artificialmente creadas, este modelo está creando un nuevo y grave problema ecológico. La industria textil es la segunda que más residuos produce y aparte de los tóxicos que los procesos de fabricación generan, la creciente cantidad de residuos textiles que producimos exige un replanteamiento. Así lo ha visto la Comisión Europea, que los han incluido en el paquete de medidas para reducir el consumo y empujar la economía circular.
Cada español compra una media de 34 prendas al año y genera 14 kilos de residuos textiles de media, según datos de la Asociación Ibérica de Reciclaje Textil (Asirtex). De toda la ropa que tiramos, apenas el 20% se recoge selectivamente; la mayor parte para la exportación a los países en desarrollo. El problema es que también esos países empiezan a estar saturados. Reciclar tejidos no es ni sencillo ni barato. Marcas como H&M han hecho un gesto más simbólico que real incorporando una línea de prendas tejanas con algodón reutilizado, pero, en realidad, solo el 20% del material es reciclado. Hay que tener en cuenta, además, que las fibras sintéticas no son biodegradables, son difícilmente reciclables y cuando se incineran desprenden tóxicos que contaminan el ambiente. A todo lo cual hay que añadir que gran parte de la industria del reciclado textil opera desde la India, lo que comporta elevados costes económicos y ambientales de transporte.
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