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Columna
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Dictadores con póliza de seguro

Kim Jong-un quiere renovar la protección de su régimen, Trump una apoteosis presidencial

Una televisión coreana muestra al presidente de EE UU, Donald Trump, y a Kim Jong-un, líder de Corea del Norte.Vídeo: Lee Jin-man (AP). Reuters-Quality
Lluís Bassets

El de dictador es un oficio de riesgo, que necesita una póliza de seguro. La mejor es la protección de un buen padrino, como es una superpotencia. Y si no lo hay a mano, entonces la póliza son las armas de destrucción masiva y más en concreto una bomba atómica, instalada a ser posible en un cohete de largo alcance.

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Sadam Husein la quería pero llegó tarde. Gadafi la tenía pero la entregó a cambio de reconocimiento, y ya se vio cuál fue su destino. Los ayatolás de Irán han hecho todo para tenerla y la han frenado a cambio del levantamiento de sanciones, pero volverán a las andadas en cuanto Estados Unidos denuncie el acuerdo de congelación de su programa atómico, tal como Donald Trump viene anunciando. Y queda Corea del Norte, que ha trabajado incansablemente por tenerla, y ya la tiene, con posibilidad de lanzarla bien lejos, quizás incluso hasta territorio estadounidense, y de ahí que Kim Jong-un esté ahora en disposición de negociar de igual a igual con Trump el próximo mes de junio.

El encuentro dará mucho de sí. Pero es seguro que Kim no entregará gratis su póliza. O no lo hará a menos que reciba otra que la sustituya. La buena disposición norcoreana se debe, al parecer, a que ha colmado su amenaza con la exhibición de un arsenal de pretensiones intercontinentales, que le instala en una cómoda disuasión de menor a mayor de enorme eficacia; tiene el estímulo que significaría el levantamiento de sus sanciones y el final de sus actuales estrecheces económicas; y cuenta con la buena disposición del Gobierno surcoreano, comprometido a fondo en la apertura diplomática para la desnuclearización de la península.

También Trump tiene incentivos. El mayor, emular el decisivo encuentro de Nixon con Mao que abrió las puertas del mundo global al país más habitado del planeta. Un acuerdo en la cumbre en junio sería el primer éxito de una presidencia que está naufragando en el caos del desgobierno y de los escándalos. Cerraría un capítulo peligroso de la historia que empezó en 1950 con una guerra de tres años inconclusa, con armisticio pero sin tratado de paz ni relaciones diplomáticas entre Washington y Pyongyang.

Es difícil saber si Trump tiene en sus manos los instrumentos para conseguirlo. De momento, ha movido a los servicios secretos para balizar el camino. Mike Pompeo, pronto secretario de Estado, se ha entrevistado con Kim Jong-un en calidad del jefe de la CIA que todavía es. Pero John Bolton, el nuevo consejero de Seguridad recién instalado, es un halcón que llamaba a un ataque preventivo contra Corea del Norte apenas hace unas semanas. La idea misma de desnuclearizar la península es ambigua: para Washington significa que Pyongyang renuncie a la bomba, para Pyongyang que Estados Unidos abandone las bases y acuerdos militares con Corea del Sur.

Kim querrá su póliza. Trump su apoteosis. Si no hay ni lo uno ni lo otro, los agoreros nos dicen que tendremos algo mucho peor, bombardeos sobre las instalaciones nucleares como los que se temían hace apenas tres meses. Y luego una tenebrosa incógnita.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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