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MIRADOR
Columna
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Premios

Desde que el mundo es mundo el poder ha tratado de halagar a los artistas para que éstos se consideren parte de él y así disminuya su actitud crítica

Julio Llamazares
Un premio sin dinero no es un premio.
Un premio sin dinero no es un premio.Getty Images

Coincido con Félix Cuadrado Lomas, el pintor vallisoletano que acaba de rechazar el Premio de las Artes de Castilla y León por carecer de dotación económica, en que un premio sin dinero no es un premio. En lo que no coincido con él es en que rechace el suyo por eso y no porque lo considere un premio político, que es de lo que se trata al fin.

Desde que el mundo es mundo, el poder ha tratado de halagar a los artistas para que estos se consideren parte de él y así disminuya su actitud crítica, tan molesta para los gobernantes siempre. Revestido de reconocimiento, el premio que se les da es a la vez compasión y halago y constituye una forma de captación de voluntades y simpatías que a largo plazo puede ser muy conveniente. Mejor tener al autor a favor que en contra, y para ello nada mejor que los premios, esas medallas que brillan como monedas en sus solapas y en sus currículos hasta acabar deslumbrando a su portador. Aparte de lo que brillan las de verdad que a veces llevan aparejadas, salvo el del pobre Cuadrado Lomas, por lo que se ve. ¡Qué mala suerte, pues antes también las tenía!

Solo desde esa intención se explica que se den tantos premios en un país en el que, a la vez, se reduce continuamente el presupuesto en cultura y en el que tan generosamente se la desprecia. Desde el Estado hasta el último Ayuntamiento, pasando por las autonomías y las provincias, todos conceden sus premios, y lo difícil es esquivarlos si uno no quiere recibirlos. La negativa a aceptarlos está, además, muy mal vista no solo por quienes los dan, que se entiende, sino por quienes aspiran a recibirlos y por quienes los atesoran ya, pues les hace sentirse incómodos. Pese a lo cual, quien más, quien menos, aspira a ellos e incluso los exige como Cela, como si un premio fuera debido y no una dación graciosa por parte del que los concede. Prueba de que no es así.

En Las galas del difunto, de Valle-Inclán, un soldado veterano que volvía de la guerra cargado de medallas le ofrecía a una prostituta cambiarle toda esa chatarra por una noche con ella, y otro gallego, el peculiar Julio Camba, afirmó que todas las pompas son fúnebres. Uno tiene la impresión de que la vanidad anula el entendimiento o de que en España nadie los ha leído, pues casi todos los escritores y los artistas se pegan por conseguir honores y premios en lugar de seguir el ejemplo del soldado valleinclanesco, como acaba de hacer el pintor Cuadrado Lomas, eso sí, al enterarse de que el suyo era chatarra vacía.

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