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MIRADOR
Columna
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Primavera

En la gala, Milos Forman estaba sentado al lado de su amigo, Vaclav Havel, el presidente de la República Checa, ya consolidada la democracia en ese julio de 1997

David Trueba
Milos Forman, director de cine.
Milos Forman, director de cine.MARCELO DEL POZO / REUTERS

La muerte del director de cine Milos Forman nos obliga a detener la actualidad por un instante. Las muertes de la gente respetada son una piedra entre los dientes de la rueda de molino del día a día, que lo tritura todo sin piedad. Mientras una alfombra de polvo lo termina de cubrir, nos queda su mano alzada, como aquel brazo de la Estatua de la Libertad que asomaba entre la arena en el final más estremecedor de la historia del cine, el de El planeta de los simios, en la versión original de 1968. Nunca está de más recordar que la persecución de la libertad es en cualquiera de las artes mucho más relevante que la persecución del éxito. Es algo que olvidamos, chantajeados por ese espejismo del triunfo. Milos Forman había rodado durante la Primavera de Praga películas modestas, locales, inteligentes, cargadas de humor y humanidad. Los amores de una rubia y Al fuego bomberoslo convirtieron en una celebridad en el cine mundial.

Cuando los tanques rusos invadieron su país para reforzar la dictadura del proletariado, esa celebridad permitió a Milos Forman quedarse en Francia. En esos meses vivió con estupor las revueltas de Mayo del 68 que ahora conmemoramos desde diversas interpretaciones. Cuando Forman observó la deriva maoísta y el reverdecer de la utopía comunista entre los jóvenes estudiantes, trató de explicarles con ejemplar honestidad intelectual que no tenían ni puñetera idea de lo que hablaban. Que él, precisamente él, había huido de esos presuntos paraísos en busca de la libertad. Alarmado por la inconsecuencia de los niños mimados y la grandilocuencia de ciertos impostores de alta jerarquía cultural, se marchó a Estados Unidos y rodó un fracaso que es hoy una película pequeñita, honesta y magistral llamada Taking Off o Juventud sin esperanzas, como se tituló con bobería en España.

El día en que ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco recibí el Premio del Jurado en el festival de Karlovy Vary por mi primera película. En la gala, Milos Forman estaba sentado al lado de su amigo Vaclav Havel, el presidente de la República Checa, ya consolidada la democracia en ese julio de 1997. Era más obvia que nunca en ese instante la ridícula pequeñez del cine frente a la potencia de la Historia, pero quise agradecerle en persona a Milos Forman la estimulante influencia de sus primeras películas. A la gente nos alimentan detalles que arman una manera de estar en el mundo, por más que al final nos aplaste la apisonadora de un calendario cargado de estupidez, crueldad y corrupción, que son valores triunfantes.

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