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Tentaciones
EL VIAJERO GAY

Dubái, el rincón imponente

Cuando quiero salir un poco del circuito típico gay y aventurarme en terrenos más inusuales debo confesar: soy un enamorado de Dubái

Getty

Y diréis: ¿un país musulmán? Pues sí. Y no. Siempre digo que el gran logro de Dubái y su príncipe es haber construido, de la nada y en medio del desierto, un Manhattan en 10 años, a pesar de las crisis financieras y en contra de muchas limitaciones religiosas. En realidad, la religión predominante en Dubái es el dinero. Como en casi cualquier otro país. Dubái es Las Vegas en esteroides. Todo es lo más grande, lo más lujoso, lo más espectacular.

La oferta de ocio para el turista es inconmensurable. Puedes esquiar, tomar el sol, surcar las aguas en moto acuática, beber alcohol carísimo, visitar gratuitamente centros comerciales con un acuario de cinco plantas repleto de tiburones y ruinas grecorromanas de papel cartón. Todo es falso e imponente, el show de luces del edificio más alto del mundo, el Burj Khalifa, ilumina los 828 metros de altura con miles de colorines formando dibujos y banderas frente a una fuente con chorros de agua de 50 metros. No puede ser más gay.

Iñigo Ayuso

El 90% de los tres millones de habitantes son inmigrantes extranjeros, la mayoría de ellos obreros no cualificados del subcontinente indio, que realizan los trabajos más duros. La clase media son un grupo amplio de ingleses, libaneses, españoles, franceses o mexicanos y, algo menos, asiáticos: tailandeses, vietnamitas, coreanas delgadas y atractivas o rusas procedentes de Vladivostok —la ciudad portuaria rusa junto a la bahía de Cuerno de Oro, cerca de las fronteras con China y Corea del Norte— y suelen ser quienes ocupan las recepciones, las conserjerías o las barras de bar. Y luego están los autodenominados ex-pat, expatriados, una forma cool de decir emigrantes con estudios. Ingleses, alemanes, franceses, americanos, australianos... Todos jóvenes, guapos, dinámicos, bien formados y que conducen coches de alta gama y viven en rascacielos recién construidos alrededor de marinas plagadas de yates. Ellos son parte de la clase media alta.

Se dice que solo hay 20.000 dubaitíes originales. A todos les dio el emir dos casas, una para vivir y una para alquilar tras el descubrimiento del petróleo. Una población tan mixta es rica en trajes, más o menos tradicionales: las mujeres dubaitíes de negro, los hombres de blanco, se mezclan con las chicas thai en kimono, las indias con sari... Abayas y thobs inventados con las riquezas del petróleo para diferenciarse del resto de la población. Pasear por los numerosos centros comerciales es como visitar el bar de Star Wars. En serio, simplemente genial.

En Dubái todo es imponente, neón y 'brilli brilli'.
En Dubái todo es imponente, neón y 'brilli brilli'.Getty

La convivencia armoniosa de todas estas razas y religiones se consigue gracias a estrictas leyes. Puedes ir a la cárcel por conducir borracho y chocar con un semáforo. Sí, es un país con una legislación inflexible. Para todos. Incluso para una pareja de ancianos ingleses a los que la toalla les cubrió inesperadamente por un golpe de viento en la playa y fueron arrestados por “hacer manitas” bajo ella. Así que si eres gay no vayas de la mano ni beses a tu pareja en público. Ni te pasees con tacones por el metro elevado. No es Madrid durante el Orgullo.

Pero hay vida gay. Si quieres encontrarla, hay que saltarse la limitación a las apps de contactos. Verás los mensajes y perfiles pero no las fotos. No te preocupes, hay solución: descárgate un VPN (una Virtual Private Network es una aplicación que "deslocaliza" el lugar en el que estás) y ya tienes listo tu móvil para conocer a los nativos; una advertencia, utilizar el VPN es ilegal y se corre el riesgo de ser expulsado del país. Por seguridad, no muestres tu cara en la foto de tu perfil, una de pecho o abdominales valdrá para hacer match con cientos de atractivos árabes de los países colindantes y ex-pat deseosos de gente nueva. También te informarán de dónde es la fiesta esa semana.

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Aunque no hay locales gay de por sí, hay ciertas zonas de los bares de los grandes hoteles donde se reúnen de forma no oficial. Pero todos los viernes por la noche hay fiestas oficialmente gays en diferentes discotecas de la zona; no te harán control de pasaporte pero llévalo por si acaso. Y ve de punta en blanco. El look de moderna desaliñada no se lleva para nada. Dubái es todo brilli brilli, camisas impolutas, vaqueros ajustados, marcas de diseñador internacional. Y mucho músculo. Te sorprenderá ver que el DJ es bastante conocido, incluso puede que algún gran nombre español, búlgaro o inglés, las copas son a 20 dólares y la cerveza poco menos. Hay mucha actitud pero la gente es muy amigable. Y siempre hay un after party en alguna habitación de hotel, un apartamento gigantesco con vistas al mar o villa aislada. Sé cuidadoso al elegir la gente con la que te vas. Si no te fías, no tientes a la suerte: pide siempre números de teléfono, añádeles a tu WhatsApp, comprueba que el número y la foto de perfil son reales, hazles saber que has enviado tu localización a algún amigo, a ser posible alguien en la ciudad. Probablemente ellos estén haciendo lo mismo, lo cual significa que tienen las mismas reservas que tú, y eso da confianza.

De día, las playas. Aunque el código de vestimenta es relajado en las privadas (todo lo contrario en las públicas), está prohibido el topless, entre otras cosas, para las mujeres. Es impresionante ver a las chicas provenientes de los países musulmanes más estrictos despojarse de sus burkas negros y exhibirse en bikinis mínimos que escandalizarían incluso en playas de Ibiza. Para ellas Dubái es un lugar de liberación. Algo así como la España de los setenta con el destape. Repito, mucho músculo y alcohol accesible aunque a precios desorbitados. Buena música y un ambiente desenfadado. Pero no provoques peleas con los borrachos ingleses, la policía interviene enseguida y no son demasiado amables.

El acto homosexual está penalizado con hasta 10 años de prisión, incluso dormir en la misma casa sin estar casado, hetero o gay. Los hoteles de lujo hacen la vista gorda y no aplican la ley; pero, para ir sobre seguro, pide camas separadas. Las camas en Dubái son enormes y sirven para dos personas de todas formas.

Dubái es un centro neurálgico de libertad para los gays de países vecinos donde la homosexualidad conlleva la pena de muerte, plagado además de azafatos de Emirates United Airlines y otro tipo de ex-pats con muchas ganas de fiesta. Merece la pena visitarlo, disfrutarlo, vivirlo. Siempre con sentido común, eso sí, en Dubái no está garantizado el habeas corpus —el derecho fundamental a la libertad y la seguridad que consiste en la inmediata puesta a disposición judicial de toda persona detenida ilegalmente— ni el acceso inmediato a un abogado. Repito: con sentido común. Buen viaje a ese lugar único en el mundo.

¡Apunta!

Recuerda que todas las recomendaciones son sugerencias y es mejor consultar en sus webs una vez allí: las fiestas son muy rotativas, ningún lugar es oficialmente gay (la legislación prohíbe publicitarlos como tal) y el tipo de público que las frecuenta depende de los días de la semana.

El Viajero Gay

Si te gusta viajar y además eres gay, este espacio te interesa.

Íñigo es la esencia del viajero que además es gay. Durante nueve años dio ocho vueltas al mundo en un barco de crucero. La curiosidad, una vez más, le llevó a investigar ese ambiente en todos los destinos que visitaba: lugares de encuentro, sitios de copas, la escena artística, hoteles, restaurantes, cafés donde sentirse cómodo, seguro y libre para llevar el estilo de vida que prefería.

Este blog es un recopilación de todo este conocimiento recabado a lo largo de años de viajes y experiencias personales y profesionales destiladas en forma de consejos y referencias para saber dónde moverse y disfrutar del viaje. Eso sí, desde un punto de vista gay.

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