El hombre que se juega el pellejo entrevistando a narcos para saciar nuestro morbo
"No puedo llevar grabadora cuando entrevisto a esa gente porque me pegarían un tiro", afirma el escritor Don Winslow
El poder del perro es probablemente la novela más potente jamás escrita sobre el narcotráfico. Su autor es el escritor Don Winslow (Nueva York, 1953). Un libro que es un enorme éxito y también la mayor pesadilla del escritor. “Cuando la acabé juré que jamás volvería a escribir sobre ese universo. Fue un infierno. Recuerdo largas conversaciones con mi editor diciéndome que las torturas que describía eran demasiado brutales. ‘Don, eso tienes que quitarlo’, me decía. Pero, coño, es que es lo que hacen… Tanto tiempo sumergido en ese ambiente le quita a uno las ganas de todo, te lo aseguro”, nos cuenta en un hotel de Barcelona.
Winslow es una enciclopedia del hip hop. Pasa de hablar de Warning, de Notorius B.I.G., a Bitch, don’t kill my vibe, de Kendrick Lamar, con una facilidad envidiable, para inmediatamente después reflexionar sobre el papel de los NWA en el nacimiento del gansta rap y su incidencia en la sociedad estadounidense. “Esto del rap es algo que me ha pegado mi hijo, que fue la mano derecha del director de campaña de Obama en las presidenciales”, aclara el escritor nacido en Nueva York en 1953. Winslow lleva casado con 33 años (su pareja se llama Jean) y tienen un solo hijo, Thomas, que nació en 1989.
“Antes de que él me iniciara solo me ponía a Tupac a toda mecha en los auriculares cuando me quedaba atascado [risas]”. Lo de hablar de su hijo relaja las facciones de un tipo famoso por saberlo todo sobre los narcos, la corrupción policial o los particulares métodos de trabajo de los carteles más temidos del mundo y que recibe amenazas de muerte de aquellos a los que no les gusta verse reflejados en sus libros un día sí y otro también.
"Juré que jamás volvería a escribir sobre ese universo [los narcos]. Fue un infierno. Recuerdo largas conversaciones con mi editor diciéndome que las torturas que describía eran demasiado brutales"
Sin embargo, el neoyorquino no pudo evitar volver a las andadas. “Es verdad, no escarmiento. Dije que nunca más y aquí me tienes. Escribí otro libro [el también exitoso El cártel] y ya estoy con el tercero. Luego paro, lo juro”, asegura con una sonrisa de medio lado que emite un mensaje sospechosamente contradictorio.
La cosa anda ahora en los parajes arrasados por los instintos más bajos del ser humano. “Corrupción policial [RBA] explora precisamente eso: la corrupción en un lugar donde no debería tener hueco. En cierto modo, he hecho lo mismo que haces tú, excepto que no puedo llevar grabadora cuando entrevisto a esa gente porque me pegarían un tiro. ¿Miedo? Bueno, digamos que me he pasado años al otro lado de la frontera tratando con narcos. No crea que sea fácil asustarme”, confiesa.
“Yo no meto en el mismo saco a los policías que aceptan sobornos o se venden al mejor postor que a los que se saltan la ley para proteger la esencia de lo que representan. Creo que el policía que protege a una mujer de que su marido le pegue y lo detiene sin tener pruebas, previniendo algo peor, no es el mismo que se mete un sobre lleno de pasta en el bolsillo. Unos actúan buscando un final mejor. Otros son simples ladrones”, argumenta. Winslow se ha ganado no pocos enemigos en Washington por su discurso sobre las drogas, en el que culpa directamente a su gobierno de la plaga que les asola. “Somos el 5 % de la población. Consumimos el 25 % de las drogas. ¿No te parece raro?”.
Pero Don Winslow no es solamente un sabio en temas que el resto de la humanidad prefiere obviar u observar de reojo, el neoyorquino es ante todo un narrador pluscuamperfecto que puede contarte a qué se dedicaba Sylvester Stallone en los años setenta, o cómo aterrizó el porno en Times Square (“la serie The deuce es un retrato impecable de aquella época, el cabrón de David Simon nunca falla”) o cómo era gestionar un montón de cines en la época más canalla que ha vivido la Gran Manzana en el siglo pasado.
“Hice un poco de todo en aquella Nueva York, que no se parece en nada a la de ahora. Era loca, y peligrosa, y decadente, pero era extremadamente auténtica. La de hoy es un circo para turistas, aunque haya partes de la ciudad que nunca van a poder domar. ¿Y sabes qué? No pienso volver. En San Diego vivo muy bien y en Nueva York hace un frío de cojones. A mí que no me esperen”, sentencia.
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