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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una decepción alemana

Si un Estado carece de recursos legales para afrontar la organización de un golpe de Estado institucional, algo está definitivamente mal en ese Estado

Carles Puigdemont atiende a los medios a su salida de la prisión de Neumunster. En vídeo: Ignacio González Vega, portavoz de Jueces para la Democracia.Vídeo: Morris MacMatzen (Getty). EPV
Teodoro León Gross

Incluso antes de la lectura de la resolución de Schleswig-Holstein, había una pregunta sencilla que hacerse: ¿Debemos creer que lo ocurrido en Cataluña no sería perseguido en Alemania? Esto es sustancial.

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¿Hay que creer que si un Land lleva a término un referéndum de independencia, desobedeciendo resoluciones del Tribunal Constitucional y enfrentándose a las fuerzas de seguridad con la presión de la masa, realmente no pasaría nada? ¿Hay que creer que allí vulnerar estrepitosamente la legalidad para subvertir el orden constitucional, y con la determinación expresa de continuar haciéndolo, quedaría en nada? ¿Diálogo y a casa, sin más, e incluso repuestos en el poder?

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¿Hay que creer que si hay múltiples evidencias de que el cuerpo de policía no ha operado para salvaguardar la legalidad constitucional y estatutaria, sino para contribuir a que triunfara la secesión ilegal, se seguiría entendiendo que solo es una performance política?

¿Y hay que creer que todo esto no tiene una jerarquía vertical que acaba en los máximos responsables del Gobierno que promueve esa secesión?

Si la respuesta a todo esto es que en Alemania efectivamente no pasaría nada (y “ese comportamiento no sería punible” tal como sostiene el tribunal de Schleswig-Holstein) entonces Alemania también tiene un problema. En fin, es posible que los alemanes al cabo no sean tan alemanes como pensamos quienes admiramos ese país, al parecer algo ciegamente. Si un Estado carece de recursos legales para afrontar la organización de un golpe de Estado institucional, es decir, un plan político decidido a subvertir el orden constitucional y modificar el territorio –que también en España, como allí, reside en la soberanía de todos los españoles– algo está definitivamente mal en ese Estado también resurgido de un totalitarismo bárbaro.

Esto debió resolverse en el plano de la política, sin duda. Las dos partes fallaron, eso seguro. Pero una vez cometidos delitos, ¿qué? ¿mirar para otro lado sería la respuesta alemana?

Lo sucedido supone una decepción por numerosas razones, más allá de la escandalosa dejación del Gobierno para contrarrestar el relato internacional del procés. España prefería la detención de Puigdemont en Alemania porque parecía un país poco proclive a permitir interferencias en la confianza mutua de la euroorden. Error. A pesar de las disculpas al ser off the record, la ministra de Justicia ha delatado que sí hay presión política, sea cual sea su efecto. Ella misma ha animado a cuestionar la malversación (sí, también la malversación, a pesar de formar parte de la lista positiva de la euroorden) y a afrontar esto políticamente. Un portavoz del SPD, Rolf Mützenich, ha elevado la apuesta con la audacia característica de quien ignora de lo que habla.

La resolución alemana se desentiende de la lógica del golpe de Estado institucional. Es posible que influya el hecho de que, a pesar de darnos lecciones de “país libre”, allí no están permitidos los partidos independentistas. Y que en “el país libre” no haya “ningún espacio” para que un referéndum así pueda celebrarse como dictaminó el Tribunal Constitucional. Su Constitución fija la unidad como algo intocable, a diferencia de la carta magna española, con mecanismos legales para ser revisada en su integridad. Bien ¿y si, con todo, se activara un golpe institucional? Desde luego hay algo seguro: comparar lo sucedido en Cataluña con una protesta por la construcción de un aeropuerto resulta perfectamente ridículo. Cuando un juez hace esa comparación, podrá encajar en la técnica jurídica, pero no ha entendido nada.

Esto es un golpe posmoderno, como acertadamente formuló Daniel Gascón. En el siglo XXI, la violencia no pasa tanto por levantar barricadas con mausers o tomar el palacio de invierno; hay otros modos de apropiarse de las instituciones fuera de la legalidad, con el apoyo de las nuevas tecnologías y la propaganda, para subvertir el orden constitucional. Y la finalidad, esa finalidad, es la clave. Si allí eso sucede y no cabe entenderlo como alta traición, del mismo modo que aquí tampoco rebelión, en Alemania las leyes también estarían desfasadas.

En fin, sigue latiendo la pregunta básica: ¿Debemos creer que lo ocurrido en Cataluña quedaría en Alemania en la absoluta impunidad? Basta esa pregunta para sospechar el fraude de la situación. Nadie puede creer que la respuesta sea que sí.

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Sobre la firma

Teodoro León Gross
Málaga, 1966. Columnista en El País desde 2017, también Joly, antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA), licenciado en Filología, doctor en Periodismo. Libros como El artículo de opinión o El periodismo débil... Investigador en el sistema de medios.

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