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CARTA DESDE EUROPA
Tribuna
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La Europa de Macron no existe

En un entorno cada vez más euroescéptico, al presidente de Francia le hará falta mucho más que su fuerza de convicción

El presidente francés, Emmanuel Macron,  y su esposa, Brigitte.
El presidente francés, Emmanuel Macron, y su esposa, Brigitte.CHRISTOPHE ENA (EFE)

Con el Brexit, el proyecto europeo tenía que recuperar el buen color. Al situarse fuera de juego, los británicos ofrecían una oportunidad a la UE: eliminar los obstáculos que ese socio timorato ponía ante cada tentativa de avance federalista. Los europeos más convencidos se dan cuenta hoy de que eso no será suficiente. Peor, entre los Veintisiete se multiplican las reticencias.

Dentro de poco más de un año, las elecciones europeas van a cambiar la fisonomía del Parlamento de Estrasburgo. El presidente francés quiere aprovechar esa oportunidad para poner sobre la mesa sus propuestas, presentadas en su discurso de la Sorbona. Para ello necesita que sean elegidos 150 eurodiputados de La República en Marcha y convencer a otros elegidos europeos de que constituyan con ellos una mayoría eurófila. Antes de esto, en junio, Emmanuel Macron presentará una plataforma común de reforma de la UE junto con la canciller alemana Angela Merkel.

El mantra del francés: hacer que Europa sea protectora de sus ciudadanos, tanto de cara a la amenaza exterior, como en el control de las fronteras y en el plano social. Francia desea que una doctrina de defensa y un presupuesto común sean efectivos en 2020. Pero mientras que Francia apunta al Sahel, foco de la amenaza islamista, Europa del Este se inquieta a causa de su vecino ruso. Y en materia de defensa, Reino Unido sigue siendo el único socio fiable, a pesar del Brexit, ya que el Ejército británico es el único capaz de formar una fuerza europea creíble junto a los militares franceses.

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La ausencia de una política común en materia de migraciones también ha dejado sus huellas. El presidente francés desea la creación de una oficina europea de asilo y de una policía europea de fronteras, a fin de armonizar los procedimientos. Pero esta propuesta llega tarde. Las últimas campañas en Europa se han focalizado sobre ese tema, hábilmente instrumentalizado por los populistas, tanto en Austria como en Italia.

La ausencia de una política común en materia de migraciones también ha dejado sus huellas

Sobre este asunto, países como Hungría y la República Checa, muy hostiles a la llegada de emigrantes a su territorio, no están dispuestos a ceder ni un ápice de su soberanía ni del control de sus fronteras. Macron no tiene con ellos ningún margen de discusión. Asimismo, la victoria de los populistas en las legislativas italianas quiebra la alianza de París con Roma y Berlín sobre una gestión razonada de los refugiados y una acogida compartida conforme a cuotas de los miembros.

Estas elecciones italianas, después de las de Austria, han hecho también que recule la ambición de gobernanza económica de la zona euro. Los Países Bajos, nación fundadora, junto a otras seis capitales del norte, pero también Alemania, socio histórico de Francia, son cada vez más reticentes al establecimiento de un presupuesto específico para los países que han adoptado el euro. Porque ello engrosaría la cuenta de gastos comunes. Incluso si Francia ha conseguido por fin mantener su déficit por debajo del 3% del PIB —lo que teóricamente podría otorgarle una brizna de credibilidad en Alemania— su propuesta se convierte hoy en casi inaudible.

Por otra parte, el ascenso de los soberanistas hace que sea un tanto hipotético el nombramiento de un ministro de Finanzas de la zona euro. Pues en Berlín la mutualización de la deuda sigue siendo una línea roja que no se puede franquear. En el capítulo social, es la derecha conservadora la que bloquea. Es mayoritaria desde el hundimiento casi general de la socialdemocracia en Europa y hasta ahora constituye el grupo principal del Parlamento europeo. Pero no ve con buenos ojos la generalización de un impuesto sobre las transacciones financieras en vigor en Francia o el establecimiento de toda una horquilla de impuestos a las empresas, por no hablar de la fijación de estándares sociales y un salario mínimo adaptado a la realidad de cada país. Los países cuya salud económica depende de una política de dumping social no harán por tanto ningún gesto hacia una armonización a escala de la UE.

En un entorno cada vez más euroescéptico, a Macron le hará falta mucho más que su fuerza de convicción. Pero para él se tratará también de un reto nacional. Porque la revitalización de Europa forma parte del meollo de su política. Un fracaso en Francia podría tener como efecto abrir la puerta del poder a los populistas. Y, entonces, el proyecto de los padres fundadores europeos podrá darse por definitivamente terminado.

Olivier Bot es redactor jefe adjunto de Tribune de Genève.

Traducción de Juan Ramón Azaola.

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